Julián Redondo
Messi, muy contento
Primera final del Atlético en siete días; primeros 90 minutos para pasar a la historia, abrir las vitrinas, lustrarlas con un nuevo trofeo y afianzar la leyenda. O eso o la desilusión, la frustración, el desengaño y el directo a la mandíbula que podría dejarle noqueado para Lisboa. Del segundo nadie se acuerda, lo dijo Ángel Arroyo cuando perdió el Tour de 1984 con Fignon. Toda la gloria, para el vencedor. O Canaletas o Neptuno, ésa es la cuestión.
Pero antes de vender la leche o de que se rompa el cántaro, hay que jugar el partido, de signo incierto, por supuesto. Favorece al Barça que la final es en su casa, que llega a ella cuando ya estaba desenganchado y daba la temporada por perdida –tercera oportunidad–; que sus individualidades son incomparables y que Messi, el desequilibrador por antonomasia, ha renovado. Messi tiene que estar muy contento porque a un contrato en vigor hasta 2018 le han subido 7 millones netos por temporada, hasta 20, más otros cinco por incentivos.
Tal vez la felicidad de Messi, que no es distributiva con el resto de sus compañeros, sea la tumba del Atlético, o puede que no. ¿Qué avala al equipo de Simeone en esta carrera hacia el campeonato que ni los más optimistas se plantearon? Hay donde escoger: que le sirven dos resultados, la victoria y el empate; su fe, en la campaña, en su fútbol, tan molesto para el Barcelona que no le ha ganado ni un encuentro de los últimos cinco; el bloque, solidario, intenso; el entrenador, que ha contrastado las posibilidades con éxitos rotundos; el portero, que es Courtois, no Pinto, y que el cupo de fatalidades rojiblancas posiblemente lo hayan cubierto Filipe Luis y Toby frente al Levante y el Málaga, respectivamente. Ah, y Diego Costa, el infierno o el éxtasis, según para quién.
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