Alfonso Ussía
Mezquiteros
Acabo de saber por mi periódico que existe un movimiento independentista andaluz. Banderas verdiblancas con la estrella roja de cinco puntas. No queda bien, pero los gustos son libres. Ignorantes, como Cayo Lara, que algunos siglos antes de que nos visitara el moro, ya existía la catedral de Córdoba, los independentistas andaluces se han manifestado en el sacro lugar exigiendo que la Catedral-Mezquita pase a ser propiedad de todos los andaluces. Una muchedumbre lo ha exigido. Diecisiete personas. Los independentistas andaluces están en auge. Por la fotografía, no parecen estar en edad de reproducirse y cultivar nuevas criaturas. Son partidarios del aborto libre. «Aborto libre para todos los andaluces». Esa inclinación a representar a la totalidad es muy de izquierdas. Elena Valenciano cree que representa a «todas» las mujeres. Cuando escribo me llegan noticias de que hoy, en un lugar del País Vasco, Elena Valenciano compartirá cartel de mitin con Jesús Eguiguren, condenado por maltratar a su mujer Asunta Zubiarrain. Nada, una tontería. La sentencia confirma que el presidente del PSE, durante una amable discusión doméstica, golpeó a su mujer con las manos, un paraguas y un zapato, produciéndole hematomas y contusiones en todo el cuerpo. Es decir, que Elena Valenciano representa a todas las mujeres menos a una, precisamente la esposa del socialista amigo de Otegui que hoy le acompaña.
Los diecisiete mezquiteros independentistas no son mocuelo de pavo ni eructillo de pulga. Son muchísimos mezquiteros con una carencia públicamente demostrada. Su escasa capacidad de convocatoria. Cuando se reúnen diecisiete personas en nombre de todos los andaluces y no llega a la concentración el decimoctavo manifestante, algo falla. O no han alcanzado con eficacia los sentimientos e ideales de todos los andaluces, o con «la» calor les cantan los alerones, o vaya usted a saber qué les sucede. Una propiedad escrupulosamente administrada por su propietario, la Iglesia, durante quince siglos, no se puede expropiar por la presión popular de diecisiete manifestantes que se reúnen en nombre de todos los andaluces. Es hermosa la osadía, pero no tanta. Se precisan más mezquiteros para cumplir con el atractivo fin de la empresa. Ya conseguida, sería interesante conocer los verdaderos objetivos de la gamberrada mezquitera, que no están ocultos, sino claramente orientados. Entregar la Catedral-Mezquita de Córdoba al Islam, para que las mujeres no pueden acceder a su recinto, para que todas las andaluzas puedan ser lapidadas si echan un quiqui fuera de casa, y para que los andaluces homosexuales sean torturados y sacrificados por su condición de tales. Es decir, para culminar el progreso de la humanidad.
Pero insisto en mi educado desconcierto. Son pocos para acometer semejante hazaña. No escribiría lo mismo si fueran cuarenta y cinco los esforzados mezquiteros. Cuarenta y cinco es número que asusta, que previene, que llama a la cautela. Diecisiete, sinceramente, no. No pudieron redondear el número hasta el veinte. Theodorakis, mediante la melódica voz de Georges Moustaki, cantaba las ventajas del contagio revolucionario en su Grecia natal. «Nosotros somos dos, nosotros somos tres, nosotros somos mil veintitrés». Impactante en grado sumo. Pero los independentistas andaluces y mezquiteros no alcanzan esa escalofriante cifra. No llegan a dieciocho. Les envío un abrazo, muy efusivo, por cierto.
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