Ángela Vallvey

Mi verdad

En un momento de debilidad –que me dura 48 horas–, me acomodo en el sofá como una lapa prehistórica en una roca del Paleozoico Inferior diciéndome a mí misma que, en realidad, tampoco veo tanta telebasura. De modo que enciendo la tele y recibo un baño de rayos catódicos, que broncean mucho más que los rayos UVA, con la diferencia de que churruscan el cerebro, no la piel. Me bastan unos pocos minutos para darme cuenta de que los teleprotagonistas repiten muy a menudo «yo digo ''mi'' verdad», «he venido a contar ''mi'' verdad», «¡es ''mi'' verdad!», etc.

Me quedo pasmada, me entra un tic nervioso, y me da por pensar. Ergo... ¡la tele enseña y proclama que la verdad es subjetiva! O sea, que puede ser una mentira. Hasta ahora yo creía que sólo había «una» verdad que se correspondía con la realidad de las cosas. Balmes me habría dado la razón, pero en la tele se reirían en mi cara por ostentar y/o sustentar tamaña presunción. Resulta que, según la programación actual televisiva, verdades hay muchas: tantas como sujetos sean capaces de hacerse notar diciendo que tienen una. Propia y particular. Ajena por completo a eso que llamamos «realidad». Horacio, inspirado en Aristóteles, no se cortaba proclamando: «Amicus Plato, sed magis amica veritas». O sea: «Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad», dando a entender que la verdad era una sola, cuyo afecto vale ser cultivado. Claro que es cierto que también Marat, durante la Revolución Francesa, se despepitó jurando que iba a consagrar su vida a defender y propagar la verdad y acabó apuñalado en su bañera (para que te fíes de las girondinas y no corras...).

Bueno: que el que diga que la tele no da que pensar, miente como un bellaco.