Alfonso Ussía
Mil nacimientos
Bajo los arcos de la Puerta de Alcalá, que aún en su cara norte presenta los impactos de los cañones napoleónicos de las tropas de Murat en el Día de Cólera narrado puntual y magistralmente por Arturo Pérez-Reverte, el Ayuntamiento de Madrid instalaba un Nacimiento durante la Navidad. El Niño Dios en el pesebre, La Virgen, San José, la mula, el buey y la estrella de Oriente. El Alcalde Tierno Galván, ateo, rojo y cultísimo, respetó la tradición. También mantuvo el Crucifijo sobre su mesa de despacho por considerarlo «un Símbolo de la Paz». Claro, que establecer una comparación entre la hondura humanística de don Enrique y la superficialidad populista y gamberroide de Carmena es un ejercicio analítico sostenido por la grosería intelectual. Sus sucesores mantuvieron la costumbre hasta que llegaron los de Podemos apoyados por los socialistas genuflexos Carmona y Causapié. El Misterio de la Puerta de Alcalá perdió su significado religioso en beneficio de un conjunto luminoso atroz que no quiere decir nada. Si la Navidad se celebra, se alumbra y se decora es para celebrar el nacimiento del Niño Dios. Fuera de eso, la Navidad pierde todo su sentido, y lo de las Fiestas del Solsticio de Invierno es una gansada que no ha calado ni en el cretino que tuvo la ocurrencia.
Pero el pueblo, el puro y sencillo pueblo de Madrid ha reaccionado. Centenares de Nacimientos rodeados de las más variopintas figuras se han adueñado de la Puerta de Alcalá. Nacimientos de madera, de cerámica, de barro, de plástico, de plomo... con todos los Reyes Magos posibles y probables en camellos, dromedarios y caballos, pajes, pastores, soldados, ovejas, pavos, gallinas, estrellas de oriente, hogueras, ríos, castillos de Herodes, romanos... Miles de figuras en torno a casi un centenar de portales de Belén se han reunido este año bajo los arcos de la Puerta de Alcalá. Si llegan, por orden del antisemita Zapata o de la traviesa Rita o de la alcaldesa Carmena, enviados municipales a retirar los nacimientos, el día siguiente amanece con más pesebres, más Niños, más Vírgenes, más Reyes Magos y más pastores. Una respuesta educada y pacífica. La revolución de los portales de Belén, que a nadie hieren, a nadie insultan, a nadie persiguen y a nadie violentan. Tengo para mí que han abandonado en los despachos del Solsticio de Invierno su persecución navideña. Creían que los madrileños aceptarían la mamarrachada, y se han apercibido de que nada más lejano que la claudicación de la fe y la tradición. Por no representar el Misterio, mil Misterios. La Navidad recuerda y recupera el milagro del Nacimiento del Hijo de Dios. Sin ese recuerdo y esa recuperación, la Navidad no es nada. Una nada religiosa, cultural, social y ciudadana. La nada que todos ellos llevan dentro sin darse cuenta de su inexistencia, porque la nada no pesa, ni siente, ni se emociona, ni reza, ni respeta.
Y claro, aprovechando que el Manzanares pasa por Madrid, aunque nada tengan que ver con el Nacimiento de Dios, decenas de Banderas de España surgen entre los diferentes Misterios, con una justificación. En la España que moría por Dios, esa Bandera siempre ondeaba. El oro y la sangre. En la España que fusilaba a Dios, esa Bandera era perseguida. Y su presencia en el Misterio es necesaria, porque esa Bandera es la de todos y garantiza la reconciliación y el abrazo. Entiendo que en el Ayuntamiento prefieran las banderas del ISIS, o de Irán, o de Venezuela, o de Cuba. Pues que se aguanten.
Esto es lo que pasa por imponer la prohibición de lo que el pueblo adora, cree, y respeta. Contradictorio Ayuntamiento. El Niño Jesús, María y José se refugiaron en Belén perseguidos por Herodes. No es coherente ese cartel que ofrece la bienvenida a unos presumibles refugiados y no defender al Niño que nace escondido, amenazado, y en la más estricta de las pobrezas.
Centenares de Nacimientos en la Puerta de Alcalá. Han hecho el ridículo. Y si no llueve, por algo será. Cosas del Misterio.
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