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La Razón
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Al término del primer tiempo en el Bernabéu, con 1-0, gol de Cristiano, era más noticia la espesura en el juego madridista que la diana del añorado. A tenor de la alineación de Zidane parecía que su intención era matar moscas a cañonazos, dada la escasa entidad del Apoel y la calidad del elenco elegido para la representación. Amainó el molesto viento de Levante y los pronósticos del tiempo anunciaban borrasca sobre los tiernos chipriotas, que no son ni tan tiernos ni tan chipriotas, pues sólo el centrocampista Aloneftis representaba al país. Llegó el descanso y en el vestuario debió haber «Zizouina». Como si el resultado le fuera adverso, el equipo entró más aplicado: Cristiano, al larguero, reclamó el gol que no cruzó la raya. Alguien preguntó por el VAR y escuchó, «en la esquina». Acto seguido, el mito (107 tantos en Champions) se desquitó de penalti y Sergio Ramos hizo el 3-1, no de cabeza sino de chilena. Ganó el mucho mejor y Bale volvió a escuchar pitos en su estadio. O firma una buena faena o va a pasar una temporada muy mala.

Finiquitada la primera mitad en Anfield, el Sevilla perdía 2-1 después de adelantarse en el marcador (Ben Yeder, min 5). Sorprendió, pero tuvo vértigo. Una cuña de la misma madera –Alberto Moreno– estuvo en el origen del 1-1 (Firmino) y lo siguiente fue cuestión de identidad. Pesa más la mitología del Liverpool que el gancho del Arrebato, de ahí el 2-1: Salah «robó la cartera» a Nzonzi mediante falta que el árbitro no advirtió, chutó, pegó la pelota en Kjaer y entró. Le costó reponerse de la bofetada; cinco minutos después Pareja cometió penalti, indiscutible, que Firmino lanzó al poste. ¡Despierta Sevilla! Espabiló. Adelantó líneas tras el reposo, estuvo más listo en defensa, Berizzo se pasó de listo –le expulsaron– y se perdió el 2-2 de Correa. Coutinho, el fichaje frustrado del verano, relevó a Emre Can y no pasó nada. Tanto ruido...