Julián Redondo
Morata y Coentrao
Empezó el partido en El Sadar con misterio: 11.000 entradas vendidas y 10.403 espectadores, según Osasuna. Lo de la media entrada era tan evidente –el aforo son 19.800 localidades– como el escaso interés que despierta la Copa en lo que aún podrían considerarse prolegómenos. Ni las gestas del Racing, que ha fulminado al Sevilla y al Almería después de darse sendos atracones de carretera, ni la destacada eliminatoria entre Atlético y Valencia disimulan el KO de público que sufre esta competición.
El cemento, sin embargo, no arruga a Rosell, que quiere ampliar el Camp Nou a 109.000 localidades, cuando la entrada media son 70.000. Ángel Torres persigue un nuevo Coliseum, con más asientos en Getafe, cuando la habitual desolación de su graderío invita a dejarlo en la mitad. Eso, en Liga; en Copa el aficionado se ha quedado en casa. Será por la crisis, porque hay fútbol a diario o porque los precios los ha puesto un marciano, como sucedió en Pamplona, la gente no acude a los estadios ni con el Madrid en cartel y el Balón de Oro en la alineación.
Cristiano marcó el 0-1, más que un chicharro, un chicharrón que se coló entre las piernas de Andrés, quien, sorprendido por la fuerza del pelotazo, despejó hacia abajo y lo metió. Fatalidad. El 0-2 lo parió Jesé, titular, inmensos detalles de calidad. Le sustituyó Morata, que sufrió un golpe en el ojo izquierdo, segunda fatalidad. Mareado como estaba, no quería irse y dejar al equipo con nueve después de los tres cambios y de la expulsión de Coentrao, tercera fatalidad. Soltó la pierna sin ton ni son y Mateu no tuvo más remedio que mandarle a la ducha. Por él no se paga una entrada.
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