El desafío independentista
Morros de nutria
Publico un comentario en Facebook, flipado con la deriva kitsch de una izquierda que habla de presos políticos. Encuentro enfrente la cantinela de quienes reniegan de las resoluciones judiciales por no sé qué runrún conspirativo. Cualquier excusa antes de admitir que a los Jordis les cayó la prisión preventiva por un presunto delito de sedición, esto es, según el Código Penal, el que comete quien «se alce pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las Leyes o a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o judiciales». Mucho mejor que leerse las resoluciones judiciales es protestar si alguien va a la trena luego de arengar a las masas para obstaculizar un registro judicial y mira tú qué fotos sobre el capó del coche. Consideran más progresista estimar grados de bondad en el nacionalismo. Como si no bebiera de las identidades como herramientas al servicio del privilegio o no actuara de abogado de las pasiones, levantando fronteras sobre el mezquino principio de que los diferentes vivan segregados, signifiquen lo que signifiquen las diferencias en sus enfermas cabecitas xenófobas. A mis críticos, benditos sean, les parece más fetén apelar al diálogo. Al compromiso con quienes mantienen secuestrados a los catalanes y a merced de un poder que solo reconoce los límites de su capricho. Al acuerdo con quienes atacan la idea de ciudadanía para contraprogramar con un potaje de teorías románticas y así desatender la posibilidad de equidad y justicia. A la negociación con aquellos que vomitan sobre la imagen exterior de nuestro país, reducida España a la condición de régimen que estrangula al disidente. A todo esto nos quiere llevar cierta izquierda. La blanqueada izquierda encantada de levantar mareas con raíces étnico/lingüísticas. Una izquierda que en España mantiene la impostura de hacer manitas con los ideólogos de la exclusión, perdida ya cualquier pretensión de atender los problemas existentes, de la desigualdad etc. Una izquierda feliz de proteger aberraciones como la inmersión lingüística, responsable de que los escolares catalanes no puedan estudiar en su lengua materna, el castellano, lengua común de todos los españoles y mayoritaria en su comunidad, aunque no la lengua materna de las élites políticas y económicas que diseñaron la citada ingeniería social. Para explicar el disparate Adolfo Belmonte de Rueda me comenta que estamos ante una bacanal «de la sociología y la sentimentalidad, cuando la sociología se come al derecho, y el sentimiento a la razón, y en consecuencia a la ley». Frente al golpismo, y el racismo, la sentimentalidad es refugio de canallas. Claro que quizá sobrevaloramos a esta izquierda nuestra y su lugar, más que en los sumideros de la infamia, esté en el Frente Judaico Popular. ¿O era el Frente Popular de Judea? A sus mañanas Pétain le suceden tardes Monty Python, y así anda, entre el colaboracionismo y el ridículo y de Vichy a los morros de nutria. Qué cruz.
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