Alfonso Ussía
Mortadelos
El Gobierno en funciones le ha devuelto a Maduro dieciséis espías militares establecidos en Madrid. Actuaban a las órdenes del agregado adjunto de Defensa, el compañero José Rafael Vásquez Mora, y su principal cometido era el de seguir con sigilosa habilidad a los dirigentes venezolanos de la oposición durante sus visitas a España. Espías muy torpes y con toda probabilidad mal pagados y sin medios. Seguirán espiando en Caracas.
En plena guerra fría, el «Foreign Office» expulsó del Reino Unido a más de doscientos espías soviéticos. Una semana más tarde, las oficinas en Londres de «Aeroflot» incrementó el número de sus trabajadores en trescientas personas, que también fueron expulsadas. Yo tuve la fortuna de conocer a distintos espías soviéticos en Madrid. El Gobierno de Adolfo Suárez estableció relaciones diplomáticas al más alto nivel con la URSS. El primer embajador soviético, Sergio Bogomolov, era un espía tan torpe que se vestía de espía, con una gabardina como las que años más tarde popularizaron los Albertos siguiendo los consejos de imagen de Rafael Ansón. Bogomolov era el embajador, pero no mandaba. Se dedicaba a espiar mal, posiblemente influido por las historietas de Mortadelo y Filemón. Quien de verdad mandaba en la embajada de la URSS era Igor Ivanov, un ruso listísimo, primer secretario de la Embajada, y que al cabo de los años sería embajador en España y viceministro de Exteriores de Rusia. Ivanov fue el gran espía, el único que se permitía el lujo para informarse, de criticar sin medida la política soviética. Otros espías fueron Victor Afanasiev y Valery Nadolnik, un gran seductor con un parecido físico asombroso a Paul Newman. Cuando se supo que era espía ya era demasiado tarde, y volvió a Moscú con el deber cumplido, información fresca y numerosos y tibios recuerdos de sábanas, almohadas y amaneceres primaverales. Pero aún por encima de Igor Ivanov, el mandamás de la embajada soviética en Madrid era López, el chófer del embajador. López fue llevado de niño a Rusia en los últimos estertores de la Guerra Civil, se educó en la URSS, se integró en la URSS y volvió a España destinado por la KGB. La distribución de responsabilidades en la embajada soviética era digna de estudio. El embajador asistía a las fiestas y cócteles diplomáticos y se comía los canapés y las croquetas. Su mujer, mezcla de eslava y armenia, era de una belleza inconmensurable, y tenía muy encelado y confuso a su marido. En la Fiesta Nacional Soviética, Bogomolov recibía en la embajada vestido con el uniforme de embajador, muy similar al de los revisores de RENFE de aquella época. Pero su cometido era la croqueta. Afanasiev y Nadolnik tenían más rango extraoficial que el embajador, Ivanov sobrevolaba a Afanasiev y Nadolnik, y todos ellos trabajaban a las órdenes de López, el chófer de la KGB. Se trataba de un sistema de mando original y complicado. Cuando Bogomolov fue sustituido por Dubinin, la embajada de la URSS perdió interés. Dubinin fue un embajador activo, inteligente y pragmático, aunque también obligado a informar a López de todas sus averiguaciones.
Lo de los venezolanos es de risa. Me refiero a los espías venezolanos del Gorila, que no han podido cumplir con su deber porque no les mandaban dinero ni para los taxis. Demasiados millones de dólares han invertido en Podemos, CEPS y demás ramificaciones del populismo estalinista, como para sostener dignamente una plataforma activa de espías en España. Y nuestro Gobierno en funciones, que no destaca precisamente por su inflexibilidad, se ha visto obligado a devolver al Orangután a sus dieciséis espías, que a pesar de las penurias, estaban felices en una España que todavía ofrece sus supermercados repletos de productos. Si en lugar de tener como jefe del espionaje bolivariano al compañero José Rafael Vásquez Mora, hubiera contado Maduro con López, los bolivarianos sabrían hasta la marca de calzoncillos y tangas de los disidentes venezolanos. Afortunadamente no ha sido así.
Juan Garrigues Walker, mi inolvidado amigo, invitó a Bogomolov, Ivanov, Afanasiev y Nadolnik al «Corral de la Morería». Aceptaron encantados. Pero pocas horas más tarde, cancelaron la diversión. Lo supe años más tarde cuando el embajador de Rusia en España era Igor Ivanov: -Nos lo prohibió López-.
Aquellos eran espías, no los pichones mortadelos del tirano.
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