José María Marco
Movilizaciones preelectorales
Todos sabemos lo que fue la movilización contra el Gobierno y el Partido Popular entre el 11-M y el 14 de marzo, el día de las elecciones generales de 2004. En la punta de la movida estuvo el PSOE, con el muy respetable y nunca olvidado Rubalcaba a la cabeza, y en la tropa –luego lo hemos conocido– los jóvenes revolucionarios que forman hoy Podemos. La convergencia de intereses se repitió muchos años después con el 15-M: entonces Rubalcaba arropó a los ocupantes de la Puerta del Sol, que con otra actitud por parte del ministro del Interior habrían tenido que desalojarla de inmediato. Es lo que hubiera sido de esperar en una democracia liberal como, a pesar de todo, lo sigue siendo la nuestra.
Ahora se habla de una nueva noche como la del 13 al 14 de marzo, con despliegue de manifestantes para protestar por las escuchas en el ministerio y, a partir de ahí, por todo lo demás: el Estado policial en el que vivimos, el hambre que asola las ciudades y los campos de España, la pobreza energética y los recortes, sobre todo los recortes que ha provocado las situaciones en las que sobrevivimos tan malamente. No habrá que olvidar la corrupción, claro está.
De llevarse a la práctica, el guión tendrá que tener en cuenta algunas novedades. Una de ellas es que las escuchas pueden ser entendidas como una violación de los derechos de Fernández Díaz, primera víctima de los hechos. Así que en principio, nada impediría que los militantes y los simpatizantes del PP se sumaran a las okupaciones de calles y plazas para manifestar su solidaridad con el ministro y vindicar su inocencia. Ya no hay el miedo que existía el 2004, y las escuchas, por mucho que se le ocurra a un independentista catalán (algo siempre pintoresco, por otro lado), tienen poco que ver con los atentados del 11-M.
El PSOE también habría de calibrar su posición al respecto. Y no porque de sumarse a la manifestación vaya a descubrir las relaciones que mantiene con Podemos. Todo el mundo sabe ya que desde la noche del 13-M hasta el apoyo de los socialistas a los «gobiernos del cambio» de Podemos hay una línea de colaboración constante, nunca desmentida y cada vez más intensa. El problema es más bien que a estas alturas, los socialistas pueden acabar jugando el mismo papel que aquellos días se le atribuyó al PP. Si de verdad hay movilización, sería contra el PP sólo en apariencia. El objetivo auténtico sería el PSOE, tanto si se suma –como haría Rodríguez Zapatero y haría probablemente Pedro Sánchez– como si no lo hace.
También deberían pensar en el PSOE que detrás de Podemos están ya las instituciones de algunas de las principales ciudades de España. Ya no es el PSOE el que dirigiría la movida. En el mejor de los casos, servirían de tropa a una ofensiva liderada por los no tan recién llegados y por los nacionalistas en las comunidades autónomas con hegemonía o fuerte implantación de estos últimos (que son ya, también gracias al PSOE, todo el litoral mediterráneo hasta Murcia, incluidas las Baleares: habría que ver lo que ocurría en Aragón).
Así que cualquier intento de volver a poner en escena lo sucedido entre el 11-M y el 14-M se puede convertir en un ensayo general con todo de la función que se inauguraría el mismo 26 de junio por la noche. También es posible una situación parecida, pero con otro escenario: que fuesen los socialistas los que protagonizasen la protesta callejera con intención de movilizar a los suyos y que los podemitas se reservaran un poco. Los votantes de Podemos ya están lo suficientemente movilizados y es posible que a sus dirigentes lo que les interese más sea un Gobierno con Pedro Sánchez al frente, pero dependiente de ellos. En este caso, la movilización de la jornada preelectoral significaría que el PSOE ha caído en la trampa tendida por sus socios, amigos y, hasta hace poco tiempo, protegidos.
Ya no lo son y el PSOE no controla ya ni el discurso ni la acción antisistema, como en los buenos tiempos. No le gusta y es natural: los socialistas siempre se han considerado los únicos guardianes de las esencias de la oposición. Pues bien, ha sido exactamente esa actitud la que les ha llevado a la situación en la que ahora se encuentran y empieza a llegar el momento en que los socialistas tendrán que decidir si se convierten en un partido europeo, defensor de la democracia liberal o siguen en la pendiente iniciada de pasar a ser un apéndice de los antisistema.
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