César Vidal
Naufragar o flotar
La Historia del PSOE es mucho más infeliz que la de otros partidos socialistas europeos. Fue insignificante hasta bien entrado el siglo XX e incluso entonces, marcado por un sectarismo que denunció, entre otros, Unamuno, fue incapaz de evolucionar hacia posiciones democráticas. Desestabilizó trágicamente la Segunda República y durante la Guerra Civil, fue culpable de terribles atrocidades. Sin embargo, a pesar de ese pasado, en los años setenta, supo encaminarse hacia una socialdemocracia que, inteligentemente, abarcaba desde el centro a la izquierda. Ese «centramiento» del PSOE le otorgó sucesivas victorias electorales y contribuyó decisivamente a asentar el sistema de 1978. Fue la pérdida del centro lo que posibilitó las victorias de Aznar y el desplazamiento del poder. Para colmo de males, cuando unos atentados terroristas catapultaron a ZP a la Moncloa, el PSOE se convirtió en el partido naufragio donde las mujeres y los niños iban primero, según afortunada y mordaz expresión de Alfonso Guerra. Aclamado disciplinada, incluso babosamente, por el PSOE, ZP se desplazó hacia la extrema izquierda, abrazó la delirante ideología de género como dogma, concibió la idea de una alianza con los nacionalismos, ETA incluida, que apartara para siempre a la derecha del poder y hundió la economía patria. De ni uno solo de tan nefastos pasos se ha recuperado todavía la sociedad española. Entre los resultados están un nacionalismo catalán que anuncia la independencia para 2017 y un PP que impulsa una política de izquierda descerebrada en áreas como los impuestos, el gasto público o la ideología de género presentándola además como moderación. Con todo –es lógico– la peor parte ha recaído sobre el partido de ZP. El PSOE ha abandonado definitivamente el centro y, para colmo, se ha visto privado de una izquierda que lo considera lento y que vota a un Podemos que se reconoce, con razón, en ZP. El resultado es un partido de escasa significancia que sólo tiene dos opciones: o dejarse deglutir por el Podemos zapaterino o volver al centro como en los setenta, lo que implicaría situarse a la derecha del actual PP. Ninguna de las opciones parece posible en una formación cuyas testas con poder disfrutaron de una promoción innegable a la sombra del funesto ZP. Por eso la tesitura del PSOE es ahora no menos importante que la que atravesó –y malencaminó– en los años treinta o la que supo orientar con éxito en los setenta. A fin de cuentas, el PSOE debe decidir entre seguir siendo el partido naufragio o salir a flote.
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