Antonio Cañizares

Navidad

En Belén, la noche oscura se hace día radiante y la fragilidad de un Niño recién nacido en la más radical pobreza de un establo se convierte en fuerza de todos los débiles y esperanza para todos los hombres y todos los pueblos. En la encarnación y el nacimiento virginal de Jesús, el Hijo de Dios ha descendido de aquella Altura a la que el hombre no alcanza, para que pudieran llegar a Él los pequeños publicanos y pecadores como Zaqueo. En ese nacimiento, la Realidad aquella que no puede ser aprehendida se vistió de un cuerpo para que pudiesen besar sus pies todos los labios, como los de la pecadora (S. Efrén).

Causa estremecimiento contemplar esta condescendencia extrema de Dios con el hombre perdido y desgraciado. Provoca admiración agradecida saber que el origen de esta condescendencia tan extraña no es otra que el amor de Dios al hombre. Llena de asombro maravillado mirar a ese Niño y descubrir en Él al Dios-con-nosotros, Dios con los hombres y para los hombres, unido irrevocablemente y para siempre con el hombre. No es posible afirmar a Dios sin el hombre, y menos aún afirmar al hombre contra Dios.

En este anonadamiento se manifiesta la gloria del cielo, la grandeza de Dios que nadie puede abarcar. El Salvador de los hombres, luz de los pueblos y alegría de los sencillos, revela su poder en la debilidad y demuestra que es siempre más grande mediante el hecho de que se hace más pequeño. Dios, por puro amor, se ha apasionado por el hombre, una criatura tan fugaz, tan desgraciada y, a veces incluso, tan injusta. Así se nos desvela la grandeza del hombre que de esta manera apasionada es amado. Ahí el hombre deja de ser incomprensible para sí mismo, porque se le ha revelado el amor, se ha encontrado con el Amor, lo experimenta y lo hace propio.

En la gruta de Belén, el hombre vuelve a encontrar la dignidad y el valor propio de su humanidad. ¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos de Dios, Creador, si le ha dado a su Hijo para que tenga vida, vida plena y eterna, si ha hecho que esta humanidad nuestra sea la suya, la de Dios! ¡Cómo se siente ahí el estupor de ser hombre, así querido y engrandecido!

A partir del acontecimiento real e histórico, que cada año celebramos en la Navidad, ese estupor admirado de ser hombre, «ese estupor profundo respecto al valor y dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor justifica también la misión de la Iglesia en el mundo, incluso, y quizá aún más, en el mundo contemporáneo. Ese estupor y al mismo tiempo persuasión y certeza que en su raíz profunda es la certeza de la fe, pero que de modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del humanismo auténtico, está estrechamente vinculado a Cristo» (Juan Pablo II).

Que esto sea conocido por todos los hombres y que todos los hombres vivan desde ~í para llevar a cabo el surgimiento de una humanidad verdaderamente nueva y esperanzada, capaz de comunicar ese amor con que es amada. Que se nos conceda la gracia de encontrar de nuevo el sabor de Dios, que ha tomado la condición de siervo y ama al hombre hasta el extremo. Si conociéramos el don de Dios que se nos hace en el nacimiento de su Hijo, si nos percatásemos del amor y de la paz que se nos da en este acontecimiento, no cabría sino el amor y la paz entre los hombres.

Como contrapunto a esto nos encontramos la angustia de la pobreza, a veces extrema, de tantos; el hambre de millones y millones de hermanos; la infinidad de gentes que carecen de techo y de calor y cobijo de hogar; la absurda crueldad de la guerra y de la violencia; las familias que sufren por el paro las estrecheces económicas; la drogadicción; el alcoholismo; la separación; el abandono; los malos tratos, y tantas situaciones donde se sufre el peso del dolor y de la indigencia. Todos los que están sumidos en estas situaciones y en otras muchas más de sufrimiento y necesidad reclaman nuestra cercanía y nuestra ayuda.

Que esta Navidad nos llene a todos de una paz honda y nos inunde de alegría profunda. Que sea un nuevo encuentro con Cristo, que por amor a los hombres, se encarnó de María Virgen. Que este encuentro con Él sea con el hermano que sufre y nos necesita. Así será una Navidad feliz y santa, llena de grande y verdadera alegría que a todos deseo.