Alfonso Merlos
Ni un paso atrás
Un puñado de votos va a valer mañana más que nunca. De ahí el nerviosismo generalizado durante la campaña, la guerra sucia que han padecido principalmente los candidatos del Partido Popular, las denuncias y contradenuncias, las soflamas incendiarias, faltonas, patéticamente retrógradas de los antisistema de las camisetas moradas. España se juega mucho, porque mucho es lo que se decide desde sus ayuntamientos y sus comunidades autónomas. Pero, en el fondo, la ecuación es muy simple. O se sientan las bases para seguir dando pasos al frente o puede ocurrir cualquier cosa: el estancamiento, el descarrilamiento, el retroceso, la pérdida de tiempo, energías, dinero y bienestar que ha costado sudor y lágrimas ganar –gramo a gramo– en los últimos años.
Los experimentos se pagan muy caros en política. Y más en tiempos aún con un cierto umbral de incertidumbre, el que existe porque hay un trabajo serio por delante y por hacer, el que queda hasta que la salida de la crisis alcance a la mayoría absolutísima de nuestros compatriotas. Es muy humano descargar la frustración, la decepción, el malestar particular y hasta la ira en forma de sufragio. Es legítimo. Es democrático. Pero puede ser un clamoroso error con lamentables consecuencias. Porque votar con el impulso de la cólera, cegados por un extraño nihilismo a la ibérica, se volverá ineludiblemente contra el propio votante y el conjunto del cuerpo social.
La historia nos enseña que siempre que un país ha atravesado dificultades han proliferado los salvapatrias. Los más han sido neutralizados por el sentido común, la mesura y la inteligencia de los pueblos. Los menos, después de encumbrarse, han arruinado a esos pueblos a los que prometieron el paraíso terrenal. En nuestras manos está marcar nuestro camino. Y nuestro más inmediato destino. ¡Vamos!
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