Cristina López Schlichting

Nieva, Cohen, Perico Fernández

La Razón
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La muerte tiene dedos largos y tubulares, que aspiran los humores y esencias y te dejan seco. Detrás está el demonio, esperando su cosecha, pero muchos le son arrebatados. Escuché al gran teólogo Von Balthasar decir que tal vez el infierno esté vacío «por culpa» de la Misericordia de Dios. Tras el fallecimiento de un hombre que nos ha conmovido suben oraciones al ritmo de las canciones, cuadros, emociones que nos ha regalado. Cuánta gente agradecida balbucea un avemaría o hace un silencio. Este fin de semana ha sido de mucho tráfico. Tres grandes han muerto.

A Perico Fernández, que ha terminado joven y con el cerebro destrozado de alzheimer, lo recuerdo poco. Lo asimilo a mi padre y a un universo de humo, dolor y emoción, el del boxeo que en los 70 salía por la tele y encarnaba una épica de marginados que aspiraban a la gloria. Pedro hizo campeones del mundo a los españoles del pluriempleo y el tardofranquismo.

Francisco Nieva me quedaba más cerca, no sólo por sus magníficos artículos, sino por sus maravillosas obras y escenografías. Mi hermana Patricia, que estudió Arte Dramático con él, me contaba hilarantes anécdotas. Como esa –que me perdone Montserrat Caballé– en que tuvo que vestir de Salomé a la diva. ¿Dónde ponerle a la gran soprano los siete velos que necesitaba para la erótica danza? Paco se hacía cruces: «¡No había cintura, ni caderas, nada en lo que enganchar aquello!». Caviló y caviló y una luz se le encendió de pronto: ¡le ensartó al cuello los siete pañuelos! Los alumnos se despiporraban. Tenía detrás una vida de trabajo y experiencia incesantes.

Pero el que me resulta íntimo –epifanías de la técnica– es Leonard Cohen, el viejo flaco más seductor del mundo. Su voz de sótano, mucho más bella con los años, me ponía triste al principio, pero luego descubrí sus chistes, las ironías prendidas en las hermosas frases y la profunda esperanza de un hombre que ha muerto escribiendo: «I’m ready, My Lord» (Estoy listo, mi Señor). Las letras de las canciones van desenhebrando la biografía de Cohen, del mismo modo que Salomé se iba desprendiendo de sus velos. Su infancia de niño lento, el amor de la madre, su pasión por las mujeres y esa maravillosa intuición de que ellas, al final, se le quedaban tan cortas como los hombres. Que, tras la apoteosis, el corazón siempre pide más. Cohen definió el amor con precisión («Un fin de semana en tu boca, una vida en tus ojos») pero luego reconocía todas las guerras, impiedades, faltas de compasión, la miseria de ser sólo pobres seres humanos. Los nombres de sus dos hijos sintetizan sus dos pasiones: la belleza y la verdad. Uno se llama Lorca, como el poeta que lo volvió loco; otro, Adán, como el que nos volvió locos a todos. Es estupendo haberse cruzado con gente así. Gracias. Van tres avemarías para arriba.