César Vidal

«Night and day»

Se ha cumplido estos días el cincuenta aniversario de la muerte de Cole Porter y confieso que la fecha me ha llenado de melancolía. Porter era un compositor extraordinario no sólo por su fecundidad –mil canciones, nota arriba, nota abajo–, sino también por su lenguaje y su capacidad de versificación. Incluso su melodía más sencilla demuestra un dominio del idioma realmente pasmoso, amén de una capacidad para la diversificación casi sobrecogedora. Porter era genial y audaz – siendo un quinceañero llegó a Francia para alistarse en la Legión extranjera aunque terminó componiendo en los cafés de París–, pero su talento prodigioso no le trajo la felicidad. Se ha alegado su carácter homosexual para explicar esa circunstancia, pero no creo que sea cierto. Cole Porter contrajo matrimonio con una mujer que lo admiraba y que era absolutamente tolerante con sus escapadas. Pensaba que lo importante era tenerlo al final de la jornada aunque se dedicara a lanzar al aire canas a puñados en los lugares de ambiente. En más de una ocasión, se dio por terminada su carrera artística considerando que sus composiciones habían pasado de moda, pero siempre lograba regresar con un éxito mayor por la sencilla razón de que era de los mejores. Ni siquiera la caída de un caballo –¡más de treinta operaciones quirúrgicas!– llegó a doblegarlo. Le amputaron la pierna a la altura de la mitad del muslo, pero adaptó el piano para poder seguir escribiendo partituras desde la cama. No puede dudarse que su presencia de ánimo se mantuvo incluso después de soportar una versión cinematográfica de su vida –protagonizada por Cary Grant– cuyo parecido con la realidad era pura coincidencia. Sin duda, ésos fueron los años más amargos porque a su inmovilidad se sumaron la muerte de su esposa y la absoluta imposibilidad de dar con alguien que realmente lo amara más de una noche tanto si era hombre como mujer. Dicen que en sus últimos años – su cónyuge murió justo una década antes que él– ni siquiera se afeitaba y se pasaba días con una bata raída a pesar de haber sido siempre un figurín. Genial, elegante, prolífico, Porter inspiraría a generación tras generación de artistas o de simples amantes de la buena música. Sin embargo, todo parece indicar que, incluso en sus mejores momentos, no llegó a ser feliz. Le faltó un amor que fuera más allá de la comprensión o del encontronazo erótico. Fue así, como el título de una de sus mejores composiciones, «Noche y día».