Julián Redondo
Niños prodigio
El padre de Agassi, tenista frustrado, decidió que el chico tenía que «vengarle» y le colgó una pelota de tenis encima de la cuna. Después, cuando anduvo, le ató a las manos unas raquetas de pinpong con cinta de embalar; ya adolescente, sin escapatoria, le enfrentó a su infernal máquina lanzadora de bolas. Agassi odiaba el tenis, pero triunfó. Hans Erik Odegaard, ex futbolista, diseñó al detalle la carrera de Martin. Si el padre de Agassi construyó una pista de tenis detrás de la vivienda, éste montó un reducido campo de hierba artificial en el jardín. Le vio debutar con la selección de Noruega a los 15 años e invirtió los papeles. Desfiló con el chaval por los clubes punteros de Europa sólo para ver cuál les convenía, a ambos. En el fútbol, lo normal es que si un equipo demuestra interés por un jugador, lo llame directamente, o que el agente de turno le venda al mejor postor, si se lo compran, o que algún ojeador capte a la joya sin intermediarios y cualquiera de las opciones culmine en prueba.
Hans descubrió un diamante, lo pulió; deslumbra con 16 años recién cumplidos y le ha colocado en el Real Madrid. Él trabajará con la cantera. Martin percibirá un millón de euros al año y jugará con el Castilla ya o en el Real Madrid si Carlo Ancelotti lo considera oportuno. La presentación de quien se dice que tiene varios Balones de Oro en las piernas fue más propia de una estrella que de una promesa. Quien ha visto jugar a Martin apuesta el bigote a que triunfará. Está lejos de ser Freddy Adu y el riesgo de ficharle es menos que el que se corrió con Woodgate o el que afrontó el Barça con Vermaelen. Joselito, Pablito Calvo y Martin Odegaard, niños prodigio.
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