Alfonso Ussía

No la tengo

A pesar de sus limitaciones físicas, el Rey ha viajado a diferentes países del Golfo Pérsico, acompañado por cuatro ministros y una veintena de importantes empresarios para abrir las puertas a acuerdos económicos que beneficien a España y sus empresas. Ana Pastor –la buena, no la otra, es decir, la ministra de Fomento– ha manifestado que la presencia del Rey y sus esfuerzos son primordiales y fundamentales para alcanzar los objetivos. Por desgracia, el interés que este servidor de ustedes puede despertar en Abu Dabi o Kuwait es el mismo que Abu Dabi y Kuwait despiertan en él, y de ahí que haya elegido los verdes nacientes de La Montaña a los ocres millonarios de los desiertos para descansar unos días de la bienamada, maravillosa, imprescindible y bastante puta ciudad de Madrid. Porque de haber viajado con el Rey, ya la tendría y no la tengo.

Me refiero a su corbata de lunares, entre morada y berenjena con lunares blancos que se anudó a su cuello en Abu Dabi. Siempre he sido clásico con las corbatas. Escocesas, lisas o con lunares. Tengo una del Rey que me regaló una noche en casa de Don Juan. Se trata de una corbata azul con lunares blancos, que es la más habitual. No obstante, de ese azul no la tenía, y el Rey me la dejó en un sobre con una tarjeta simpatiquísima cuyo contenido guardo para mí. Y tengo otra corbata de lunares enmarcada junto a la del Rey de inconmensurable valor. Antonio Mingote adquirió en comercio del ramo una corbata azul oscura y me la dibujó. En un principio parecen lunares blancos, pero son copos de nieve. En la punta de la corbata aparece un señor con una bufanda y un paraguas, aterido de frío. Explico todo esto para que los lectores adviertan que hoy le dedico el artículo, quizá con detestable egoísmo, a un asunto muy importante para mí. Soy coleccionista compulsivo. El mismo Antonio me decía constantemente que hacer colecciones es absurdo, porque se sufre demasiado cuando no se pueden completar. Él la hizo, involuntariamente, de gallos portugueses de porcelana. Un día le regalaron uno, que instaló en su despacho. Otro amigo, al verlo, le regaló un segundo gallo. Y un día se encontró rodeado de gallos portugueses. Antonio, ese ser apacible y siempre tolerante, al verse entre tanto gallo, no se comportó aquella mañana como en él era habitual, es decir, con exquisita corrección. Pidió una caja grande a su mujer, Isabel. Ella se la llevó al despacho. Y Antonio metió en la gran caja a sus diecisiete gallos. Llamó al ascensor, bajó hasta la calle, alcanzó un contenedor de vidrio y al grito de «¡malditos gallos, a tomar por saco!» – no dijo «saco»–, los dejó caer en el recipiente urbano con colérica contundencia. A partir de aquel día, receló siempre de los coleccionistas, a los que nos trataba con afectuosa distancia. También recelaba de los que pedían en un restaurante «perdiz asada en su jugo», pero eso lo dejo para otro artículo. Cuando alguien solicitaba al «maitre» del restaurante semejante vianda, comentaba con furor controlado. «¡La perdiz no tiene jugo! ¡Comerse una perdiz es igual que comerse a un atleta!». Cosas de los genios.

Vuelvo a la corbata morada-berenjena con lunares blancos que llevó el Rey en Abu Dabi. Lo siento. No la tengo. Ignoro si alguien en el Palacio de la Zarzuela lee mis artículos de «La Razón». Si la respuesta es positiva, desde aquí formulo la petición. Al Rey le piden muchos tostones, pero creo que es la primera vez que un español le solicita una corbata morada-berenjena con lunares blancos. Prometo absoluta discreción. Me la pondré un día y posteriormente la enmarcaré para que reste para siempre junto a la anterior que me regaló, y la que me pintó Antonio Mingote. En un lugar casi inaccesible. El despacho en mi casa de Ruiloba, en el Valle de los Laureles, de cuyos lauros, según el embajador, gran escritor y añorado amigo Alfonso De la Serna, Roma trenzaba con sus hojas las coronas de laurel que imponía a sus héroes. Y si no es cierto, está bien contado, que la Historia, o una buena parte de ella, es como la definió el estupendo escritor francés Pierre Daninos: «La Historia es una cosa que jamás pasó contada por un señor que no estaba allí».

Agradeciendo de antemano el seguro impacto emocional que este artículo va a producir en la generosidad del Rey, les deseo a todos en estos días milagrosos el descanso que merecen. Con profundo cariño.