Debate de investidura

No mus

La Razón
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El Sr. Albert Rivera ha hecho de la necesidad, virtud. Ante el hartazgo de la sociedad española y asustado por las consecuencias para su partido de unas terceras elecciones, ha envuelto en un atractivo papel de regalo lo que todo el mundo esperaba hace ya bastante tiempo, pero que no encontraba la manera de escenificarlo. No lo tenía fácil. Es la enésima vez que se desdice y termina haciendo lo contrario a lo que había prometido. Ya lo hizo en la campaña de las elecciones de diciembre. Desde el «no voy a apoyar la investidura ni del Sr. Pedro Sánchez ni del Sr. Mariano Rajoy», a terminar firmando un pacto de investidura con el PSOE y acariciar la formación de gobierno bicolor.

También, en aquella campaña, apeló a que era malo para España un gobierno que se apoyase en tres partidos como PP, PSOE y C’s. Sin embargo, desde enero ha defendido con vehemencia un entendimiento para formar una coalición precisamente entre estos tres partidos.

En la campaña de junio centró su esfuerzo en afirmar con rotundidad que era el tiempo en que el Sr. Rajoy debería dejar la política, porque él nunca le apoyaría, que era imposible regenerar políticamente con el Sr. Rajoy como presidente del gobierno. Ahora ha reconsiderado su postura. Al margen de contradicciones, más o menos evidentes, lo cierto es que tiene que haber gobierno porque las señales de incapacidad de la política son tan evidentes que empiezan a dañar nuestra imagen internacional y el Sr. Rivera ha puesto al PP a pocos metros de La Moncloa.

Hay que sacar dos lecciones. La primera para el Sr. Rivera: en política hay que tener cuidado con el incumplimiento de la palabra porque se puede interpretar como una forma de mentira, aunque alguna pueda tener origen en lo voluntarioso y se esté convencido de su veracidad cuando se dice.

La segunda para los votantes de C’s: cuando el Sr. Rivera compromete algo, nunca se sabe en qué momento le harán cambiar de opinión las circunstancias, sólo sabemos que pasará. Si se miente adrede es una falta ética y política injustificable y si se había hecho un cálculo erróneo, es inexperiencia. El país está sobrado de lo uno y de lo otro.

La reacción del Sr. Pablo Iglesias, que no perdona un descanso, ha sido salir de su letargo para decir que todavía es posible un gobierno alternativo. Quizá no sea consciente que en el imaginario colectivo, estas afirmaciones ahondan la idea de que nunca será alternativa a nada. Está más lejos que nunca del pretendido sorpasso y más cerca cada día de la vuelta a ser un partido marginal, incluso con el máximo histórico de su mentor, el Sr. Julio Anguita.

Al candidato del PSOE se le acaba la partida y con ella el tiempo del silencio. El nacionalismo no debería decidir el futuro del Estado, porque no son de fiar. Y el Sr. Sánchez debería decir qué cree que es mejor para el país y olvidarse de lo que necesita para seguir liderando el PSOE. Si el Sr. Sánchez quiere unas nuevas elecciones, para seguir siendo candidato a la presidencia del Gobierno y con una nueva mano de cartas intentarlo, una y otra vez, debería plantearlo en el Partido Socialista y someter su postura a un debate sereno y a cara descubierta.

Si lo que entiende como mejor para España, después de la decisión de Ciudadanos, es facilitar la investidura popular, que lo plantee e, igualmente, se someta a deliberación interna. Intentar que sean otros, desde dentro, quienes lo propongan para tratar de fortalecer su erosionada posición interna ante los militantes es incompatible con el concepto de liderazgo en el PSOE. Un amigo aficionado al mus y poco a la política, me decía que parecía que los cuatro candidatos estuviesen jugando a una partida desde el mes de diciembre. Unos pidiendo mus, otros yendo al órdago y otros envidando a chicas.

No creo que sea así, pero en todo caso, no olviden que el «mus no sólo es un juego que entretiene, es exigente, repugna a la pereza y disciplina el carácter, compensa a los pacientes, tentando a los audaces y, al final, gana quien conjuga mejor el valor de sus recursos con la oportunidad del envite». Eso sí, ya ha llegado el tiempo del no mus.