Martín Prieto

«No, no se puede»

Durante su primer mandato, el presidente Barack Hussein Obama no cumplió su programa electoral, resumido en el lema gaseoso y voluntarista de «Yes, we can», fruto del magín de un avispado publicista. Ya en su segunda y última presidencia ni siquiera ha podido cerrar el limbo jurídico de Guantánamo, clamor internacional. No ha pasado su reválida y en el Congreso y el Senado se ha impuesto el pesimismo bien informado de los republicanos del elefante y parte de los demócratas del burro. Las Cámaras son para Obama lo que ha sido Alemania para el sur europeo. Su proyecto de sanidad universal, ariete de sus campañas, ha quedado menos que a medias, no tanto por su coste sino por la renuencia americana a que el Estado Federal intervenga en sus asuntos particulares. En la reducción de los trescientos millones de armas en manos privadas tiene todas las de perder ante la poderosa Asociación Nacional del Rifle y la propia Constitución, que ampara la posesión de piezas de fuego. Su intervención en la crisis financiera fue rápida y entre el Tesoro, la Banca y los hipotecados encontró mejores soluciones que las nuestras al desahucio de los auténticamente insolventes, pero a pesar de haber creado millones de puestos de trabajo se encuentra estancado en un 8% de paro, sin colchón social, inasumible para los estadounidenses. El espionaje a los periodistas de Associated Press, las tergiversaciones sobre el asesinato de su embajador en Libia y el acuchillamiento fiscal del «Tea Party» habrían derribado a cualquier gobierno europeo. Obama no es el caballo blanco demócrata que nos prometían y el «Sí, se puede», adoptado bobaticamente por los callejeros españoles, vale para un roto o un descosido. Las crisis financieras son cíclicas y tienen su propio biorritmo. El lema no es el hallazgo artificioso de Obama (que no ha podido), sino el del Estado Mayor francés: «El que resiste gana». Los silencios del Rajoy tranquilizan aunque los ignorantes se chanceen. El día que diga que sí, que se puede, de la noche a la mañana, sin dolor, habrá que cerrar el quiosco.