Agustín de Grado
No somos Bulgaria
Llevaban semanas trabajando con esmero en un escenario de apocalipsis del que Rajoy no pudiera escapar. Españoles rebuscando en contenedores de basura el mendrugo de pan que llevarse a la boca. Enfermos muriendo sin agua y mantas en los hospitales públicos. Latrocinio institucionalizado por una casta política despreciable. A ver si hay suerte y terminamos como en Bulgaria, con el Gobierno tumbado por las protestas y la gente añorando utopías fracasadas. Escuché ayer a una joven búlgara: «No he vivido bajo el comunismo, pero he oído que entonces no había ricos ni pobres y la gente tenía para comer». Desesperación e ignorancia. Combinación explosiva allá donde se dé y que la oposición agita contra Rajoy. La España de hoy no es el paraíso en la tierra. Tampoco el Burundi que la demagogia ha tratado de recrear esta semana. Seis millones de parados y cientos de miles de familias sin subsidio alguno son un drama humano del que Rajoy no ha intentado desviar la atención con un ramillete de brotes verdes. Quizá esté faltando ejemplaridad en los ajustes. Y las penurias sobrevenidas y los sacrificios inaplazables se llevan peor si los casos de corrupción multiplican la sensación de que nos están robando el esfuerzo delante de las narices. Pero cuando no hay harina, todo es mohína. El refrán explica la España indignada. Peligrosamente indignada. Contra todos y contra todo. La paciencia tiene un límite. Rajoy lo sabe y entiende la inquietud por una mejora que tardamos en palpar. Pero si esta España en dificultades no es Burundi, debemos evitar que intenten convertírnosla en Bulgaria. El pasado está reciente y nada añoramos de él. Sangramos aún por las heridas que abrieron ocho años de socialismo. Resulta paradójico que la misma izquierda que pretende siempre ser juzgada por sus intenciones, sus buenas intenciones, apenas conceda un año a Rajoy para exigirle resultados.
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