José María Marco
Nuestros espías
Obama llegó a la presidencia de Estados Unidos investido de todo el carisma que le daba el ser un ideólogo de izquierdas y, por si eso fuera poco, el primer afroamericano que lo conseguía. Los europeos no suelen entender este último punto. Está relacionado con la rectificación de la herida bestial del racismo y por tanto, con el cumplimiento de la promesa norteamericana. Por eso la presidencia de Obama tiene una dimensión mesiánica, en última instancia religiosa. Explica también algunas de las reacciones que ha provocado, porque lo que debería haber significado la superación definitiva del racismo va puesto al servicio de un proyecto hiperideologizado que pone en primer término la consolidación de las minorías, no su integración.
Este gesto es vivido casi como una traición por sectores importantes de la sociedad norteamericana. Y no es la única que Obama está cometiendo. También llegó al poder prometiendo el fin de la guerra contra el terrorismo y el fin de las prácticas a las que esta guerra dio lugar. Ha ido cumpliendo sus promesas en Irak y en Afganistán. No en el resto, como atestigua Guantánamo y la intensificación de los ataques con drones (no mal acogidos, según «The Economist», por la población local de las zonas atacadas). Tampoco ha cumplido su compromiso de transparencia, como demuestra el espionaje a líderes internacionales, en particular a Angela Merkel.
La Administración ha alegado que el presidente desconocía estos programas, como también parece que desconocía las prácticas de espionaje masivo llevadas a cabo en suelo norteamericano. Como Obama sigue siendo de izquierdas, no se le aplicará el mismo tratamiento que mereció Nixon, al que nunca se le perdonó el haber acabado con muchos años de hegemonía demócrata. La figura del ideólogo, eso sí, se va humanizando y cobra poco a poco los rasgos, mucho más interesantes, del obsesivo paranoico.
Nada de todo esto impedirá que la NSA, junto con otras agencias norteamericanas y las correspondientes agencias del resto del mundo, siga espiando hasta donde le permita una tecnología hipersofisticada. Si se hace el esfuerzo de apartar el lado chusco-político del asunto, no hay más remedio que reconocer que los espías son nuestros amigos y que, en general, debemos estarles agradecidos por su trabajo. Se sigue espiando poco y no todo lo bien que se debería. Obama dio por terminada la «guerra contra el terrorismo», pero este, y las amenazas contra la democracia liberal, están muy lejos de haberse acabado.
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