Julián Redondo

Oktoberfest en abril

A l enemigo, ni agua; y si es alemán, ni cerveza. Y el Madrid se plantó en Dortmund a celebrar el «oktoberfest» en primavera. Dispuso de esa ocasión en 90 minutos para dejar la eliminatoria vista para sentencia y Di María patinó con todas las letras cuando lanzó el penalti. ¿Es que no había otro para tirarlo? Nostalgia y admiración el «panenkazo» de Ramos contra Portugal en la Eurocopa. Claro que si el de Camas se hubiese encargado del lanzamiento como aquella vez contra el Bayern, le pitarían los oídos. Es el fútbol, caprichoso, y previsible. Rabiaba aún Klopp en la zona técnica por la decisión de Skomina, que no dudó en indicar la pena máxima, diáfana, cuando Pepe cabeceó hacia atrás, dejó el balón en bandeja a Reus y Casillas, que salió a tapar hueco, no a despejar con las manos como Casilla, no pudo evitar el 1-0. Nervios. Errores incomprensibles en defensa, en el centro del campo, la horfandad de Benzema, el catastrófico día de Di María y el desatino de Illarra cuando, como Pepe en el primero, regaló el 2-0.

La fiesta de la cerveza, que parecía que el Madrid se la había bebido toda, estaba saliendo cara. El equipo, despistado, nervioso e impreciso, y el Dortmund, crecido y hasta puede que perplejo ante tanta facilidad. Cristiano se revolvía de impotencia en el banquillo y Ancelotti demoraba los cambios, quizá porque pensaba como Toshack: «Tendría que cambiarlos a todos, pero el domingo alinearé a los mismos once cabrones». No era el caso. Illarra pedía el cambio a gritos, como Di María, e Isco el relevo. Entró en el segundo tiempo y creció el Madrid hasta las semifinales; pero el protagonista fue el armenio Mkhitaryan; tuvo la eliminatoria en sus botas. Fue susto, no muerte.