Pedro Narváez

Olvídeme Google

El gigante agazapado ha roto las cuerdas, como en los viajes de Gulliver, y se ha puesto a bramar con esa voz planetaria que aspira a ser el sonido del universo de Montserrat Caballé. No hay quien le lleve la contraria. El buen rollo queda para sus instalaciones donde venden conciliación y acné como el bocadillo de la felicidad, como una Coca Cola que produjera sed. El buscador de Internet lo quiere todo gratis para que los usuarios también lo tengamos todo gratis mientras él cobra por la publicidad. Eso es la modernidad a decir de los gurús digitales que arden en el infierno de sus propias contradicciones. Google nos vigila, Google nos controla, nos fotografía la azotea de la casa, no roba, aunque mira hacia otro lado mientras a otros le quitan la cartera, Google tributa donde le sale de la tecla, escanea los libros para formar la gran biblioteca en la que no existen derechos de autor. Y sin embargo, le quieren. La empresa no provoca urticaria al perroflautismo que borda pancartas contra los banqueros. El Gran Hermano resulta que es bueno y los que quieren cobrar a Google porque antes han tenido que invertir en sus contenidos, unos señores con sombrero de copa que nos dejan en pelotas con un barril como traje tal que en los tebeos de nuestra infancia. La cultura del gratis total se ha instalado como los bárbaros dentro de las murallas de la civilización para democratizarla que es la manera que tienen los esclavos de estas huestes de llamar al asesinato. ¿De qué cultura estamos hablando si nadie lee El Quijote ni se venden diccionarios? A Europa le costó imponer el derecho al olvido y sudará para que multinacionales como ésta compense por los impuestos que se ventila, y ahora a España la fastidiarán por querer cobrarle una tasita que es al cabo lamer el merengue de su gran tarta. Sí, Google invierte en futuro, pero debemos impedir que en ese porvenir reine la mediocridad. Y a los buenos no basta con cantarles «porque es un chico excelente». También hay que pagarles. A los que escriben, en libros o en periódicos, a los que hacen series de television, y a los que sueñan con tener una noticia, y cobrar por ella. Esto no se llama futuro, sino justicia.