Alfonso Ussía
Once más una
Los obispos catalanes son once, como todos los equipos de fútbol exceptuando al Barcelona, que juega siempre con doce, y así le va de bien. Los obispos «creen humildemente que conviene que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán para que sea querida y valorada su singularidad nacional, especialmente su lengua propia y su cultura». Leyendo tan suaves y humildes creencias, cualquiera que no conozca la realidad de lo que sucede en Cataluña, pensará que las singularidades catalanas, la lengua catalana y la cultura catalana sufren acoso y son víctimas de una persecución implacable. Se les podría rebatir, también humildemente, con el argumento contrario. Que Cataluña es una región de España con una autonomía de Gobierno que jamás ha conseguido en la Historia, y que una mayoría de los catalanes aspiran a que sea querida y valorada su nación, y desaparezca la persecución a la lengua común de España y a su cultura. Los obispos pues, se han apostado al lado de los nacionalistas excluyentes, y están a un paso de negar el sacramento de la penitencia a quienes no se confiesen en catalán. En los Capuchinos de San Sebastián, un donostiarra de decidida inclinación al pecado y de absoluta ignorancia del vascuence, tenía como confesor a un sacerdote que le permitía relacionar sus muchos pecados en español, si bien, después de oírlos y analizarlos, le regañaba en vascuence antes de absolver sus faltas. «Es comodísimo –nos decía–; le sueltas el rollo en español, y él me regaña en ‘‘euskera’’ de Hernani. Espero pacientemente a que termine el chaparrón, no entiendo nada, y me voy limpio de pecados a pecar nuevamente».
En Cataluña, la alta y media burguesía, jamás habló en catalán por considerarlo un idioma provinciano y de paletos. Estaban equivocados los que rechazaban el catalán, que es un idioma de origen provenzal que se ha desarrollado hasta la modernidad con hondura y eficacia. El catalán, como el vasco, tiene la suerte de crecer bilingüe. El primer idioma para los límites de sus románticas aldeas y bucles melancólicos, y el segundo para entenderse en el resto de su nación y hacer negocios en un mundo donde hablan el español quinientos millones de posibles clientes. Lo decía el grandísimo Josep Pla, el mejor escritor catalán del siglo XX, y también supremo cuando redactaba en español. «Cataluña es la tienda, el catalán el tendero y el resto de España los clientes. Es imposible la independencia». El equipo de fútbol obispal que se manifiesta inmerso en el «prusás», está compuesto por once prelados que han viajado por el mundo. Cuando pasan los límites autonómicos de Cataluña, su idioma es el español, y más si han tenido responsabilidades misioneras en América. El uso, respeto y cariño por los dos idiomas son perfectamente compatibles. Es más, me atrevería a decir que el debate es innecesario. En Cataluña se habla cada día más su idioma de siete millones de personas, y mucho más el común de su nación, que es el que les sirve para comunicarse, negociar, vender y comprar, urnas incluidas. El proceso del vascuence es diferente. Se han visto obligados después de permitir su agonía durante siglos, a reinventar un idioma basado en el español y con los siete dialectos vascos reunidos, el guipuzcoano, el vizcaíno, el alavés, el roncalés, el benavarro, el suletino y el laburtano. Se trata del «Batúa», y su desarrollo literario, cultural y conceptual nada tiene que ver con el proceso del catalán. Pero aún así, también los vascos tienen su idioma para andar por casa y su lengua para andar por el resto de España y el mundo, y son afortunados por ello.
El Papa se ha manifestado públicamente contra los nacionalismos excluyentes. Es decir, que se ha manifestado públicamente contra sus once obispos catalanes, que parecen menos cercanos a Roma que a la Madre Superiora de las cuentas corrientes en Andorra. Es posible, que como el Barcelona, no sean once sino once más una. La madre Marta. En fin, que sigan con sus obsesiones de aldea gobernada por charnegos.
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