Ángela Vallvey
Opresores
Me cuesta imaginar cómo hubiese sido mi vida sin las obras, de todo tipo, debidas a personas de condición homosexual. Me fastidia distinguir a la gente por sus gustos sexuales –una costumbre irrespetuosa, chismosa–, pero como está extendida, y socialmente aceptada, la utilizo para explicarme: no sé qué habría sido de mi existencia sin la literatura de Truman Capote, Oscar Wilde, Marguerite Yourcenar, García Lorca... ¿Qué mundo sería éste si los pintores, cantantes, arquitectos, deportistas, matemáticos, compositores, cineastas, actores, políticos, científicos... homosexuales no hubiesen dejado en él su huella? Verbigracia, la música pop ha sido esencial en mi crecimiento, forma parte de mi pequeña historia personal, está indisolublemente unida a cada una de las etapas de maduración y cambio que me han convertido en lo que soy. Esa música de la que he disfrutado, en buena parte, se debe a artistas gays. Me han hecho tan feliz que siento una reverente admiración y un profundo agradecimiento hacia ellos. Forman parte de mí. Me han enriquecido, animado, beneficiado. Me han inspirado y me han hecho florecer. Me han salvado la vida cuando era demasiado joven como para saber cuál es el precio de vivir. Mi existencia sin ellos habría sido distinta: terriblemente peor. La masacre de Orlando, perpetrada por otro tarado, no sabemos si yihadista islamista, asesino liberticida en serie en todo caso, contra un club de ambiente homosexual, es otro crimen contra la libertad de Occidente, en línea con el que tuvo lugar en París a finales de 2015, en la discoteca Bataclan, que dejó 130 muertos y más de 350 heridos. Una de las claves de la libertad de Occidente es la libertad sexual, incluyendo la de las mujeres. En la historia, las mujeres jamás habían tenido la misma autonomía que ahora, incluida la de elegir su condición sexual. En nuestros días se enfrenta esa independencia sexual de las mujeres con la teoría opresora de quienes las han encerrado bajo un manto negro, como animales esclavos en una jaula a los que se echa una capota por encima para impedirles ver incluso la luz. Se confronta el albedrío sexual de los hombres con quienes los ejecutan acusándolos de «invertidos». No deberíamos tolerar la «occidentalofobia», ni la homofobia que, junto al antisemitismo, racismo, machismo, la misoginia... forman parte del delirio de la ignorancia, de un cóctel ancestral, históricamente patológico, y siempre vivo por desgracia, que sólo demuestra violencia, incultura y barbarie.
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