Alfonso Ussía
Optimista
No recuerdo el nombre del científico groenlandés que definía al optimista como «un tonto con buena intención». El caso es que hoy he despertado rodeado de optimismo y con el deseo de aprovechar el día de igual modo que lo haría un tonto con buena intención. Lo primero, acudir ilusionado a la vieja Casa del Libro de la Gran Vía y solicitar el último ensayo político de Homs. El optimista cree siempre que va a encontrar lo que busca, y mi decepción ha sido grande cuando me han comunicado que no conocen ensayos, ni políticos, ni literarios, ni poéticos, ni eróticos de semejante escritor. La mujer que me ha atendido, culta y guapísima, se ha metido en el ordenador. Ni una noticia. –¿Francés?–; –no, español, de Barcelona. Muy inteligente y certero. Agudo en grado sumo. Y con un gran sentido del humor–; –lo siento, pero aquí no consta ningún ensayista con ese nombre–.
La Gran Vía de Madrid es más agradable para ser paseada por las mañanas que por las tardes. Un público andariego diferente. Decía Santiago Amón que la Gran Vía es como la Quinta Avenida de Nueva York en más pequeñita. Y en efecto, tiene mucho de neoyorquina en su aspecto y trazado, pero su gran atractivo es la soledad. Ese detalle lo ha captado un tonto con buena intención. Antaño, la gente paseaba, hablaba, se movía con prisa o con pausa, y se fijaba en los escaparates. Opinaba el gran Camilo José, que un hombre que se tenga por tal no puede detener su marcha para mirar un escaparate. –Eso sólo lo hacen los afeminados–. Desacuerdo total. Me gustan los escaparates y me he detenido en el de una importante y añeja joyería. He observado que los paseantes de hoy miran con cierta repulsión a los que contemplan los escaparates de las joyerías. Los pocos paseantes que se fijan en sus colegas, por cuanto más de la mitad de las personas que andan por las calles, o van hablando solos, o gritando sin pudor a través de su móvil o tecleando y pulsando mensajes en sus chismes. Lo cierto es que disfrutaba de la enorme belleza de unos relojes carísimos, y un jovenzuelo sucio y con pensada indumentaria marginal, al pasar junto a mí me ha llamado «cerdo capitalista». El resentimiento social ha llegado hasta tal punto, que sólo el hecho de mirar un escaparate con relojes caros convierte al admirador en un cerdo capitalista, aunque se limite exclusivamente a mirar y no a comprar. El optimismo casi me cuesta un disgusto. Otro individuo alejado de la higiene y ciclista para mayor turbación, al pasar junto a mí me ha saludado con un grosero «adiós, facha». Le he respondido con un elogioso «adiós, Indurain», y por fas o por nefas, se ha distraído con el saludo y ha caído al suelo. Un municipal ha asistido a la caída y a punto ha estado de hacerme responsable del trompazo del ciclista. Con toda probabilidad, uno de los agentes de Movilidad que empapelaron a Esperanza Aguirre. Al final, unos honestos testigos han puesto las cosas en su sitio y el municipal se ha quedado con las ganas de proceder a mi detención. Sucede que el optimismo ya no era el mismo que me había llevado hasta la Gran Vía, y había pasado de ser un tonto con buena intención a un perro con deseos de morder a un buen número de homínidos viandantes.
Paseo de la Castellana hacia arriba me he topado con una novia de mi juventud. Estaba, sencilla y patéticamente, horrorosa. Era una belleza. Como ya se había escapado el optimismo de mi ser deduje que ella también se había llevado un desagradable susto con mi aspecto. Y con el pesimismo recuperado, he alcanzado los aledaños de mi casa, en cuyo ascensor, he coincidido con el cartero que me traía las notificaciones de dos multas.
Y todo, por intentar, con desmesurado optimismo, adquirir un ensayo literario de Homs. La próxima vez, lo haré con un libro de Pilar Rahola, a ver si tengo más suerte.
✕
Accede a tu cuenta para comentar