Martín Prieto
Pablo César Imperator
Nadie ha vivido el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, inevitable hasta para los falangistas más gañanes. Lo que dijo Franco a Sanjurjo tras su primera asonada: «Mi general, se ha ganado usted el derecho a que le fusilen». Los aficionados al siglo XX encontramos algunas sugerentes identidades y manierismos entre aquel José Antonio y Pablo. Ambos desprecian a Rousseau y su teoría del buen salvaje achacando las miserias a la estructura social. A Pablo Iglesias le tengo hasta empatía y nunca le he propinado nada que no fuera un pellizco de monja, que se los gana cada vez que habla. Hace años estudié su curriculum, extenso como las arenas del Sahel, coincidiendo en nuestra apasionada cinefilia y coincidiendo en que Eisenstein fue más lejos que Griffith. Por lo demás nuestro amigo se presenta a sí mismo con un dossier que es un tratado de egolatría, en el que incluye hasta notas a pie de página. A su lado Menéndez Pelayo fue un ágrafo. Pero es indiscutible el mérito, por más que moleste, de haber convertido en una tribuna, un chigre y un altavoz personal una Facultad de la vieja y perdida Complutense. Lo del chavismo, el Foro de Sao Paulo y otros electrochock sobre la momia comunista son más cosas de Maduro, el más peligroso del politburó presidido por Pablo. El jefe de Podemos desprecia los partidos y la democracia liberal más que el fundador de la Falange, y no aspira a reformar la Constitución, que bien lo necesita, sino a Cortes Constituyentes para instaurar una III República soviética «low cost». Pablo cada día dice una cosa y acabará de liberal, pero palabra de Maduro: «Lenin, con cara amable». Tambien José Antonio quería ser un Mussolini a la española. El voto del miedo es otro truco del caballero audaz. Pablo tendrá todo el poder que ansía y necesita cuando las ranas críen pelo, y destruirá su propio partido que no parece un directorio sino la guía de teléfonos.
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