Alfonso Ussía
Pablo Preysler
Ser puntual equivale a estar bien educado. A establecer el mismo valor del tiempo del que aguarda y del que acude. La falta de puntualidad es más femenina que masculina, porque la mujer tiene derechos adquiridos por la costumbre en la Historia de la Humanidad, y uno de ellos es el de hacer esperar al hombre. Pero existen límites. Más de diez minutos de retraso superan el límite de la impuntualidad y se ingresa directamente en la grosería. «Mi tiempo vale más que el tuyo, así que te aguantas y esperas». José Antonio Muñoz Rojas, aquel extraordinario escritor y poeta, esperaba con cien años la llegada de la muerte. Y se mostró plenamente en desacuerdo con su mala educación. «Es muy impuntual. Llevo meses esperándola y no viene».
Se dice y se comenta por todos los foros, que la mujer más impuntual de España es Isabel Preysler. Quizá la cercanía de Mario Vargas alivie su defecto y le haga ver que el tiempo es el mismo en todos los seres humanos. Pero dentro de la incalificable falta de educación consistente en hacer esperar a los demás, la mujer conserva un espacio para su amnistía. Necesita –cuando de actos sociales se trata–, de un tiempo extra para ultimarse los detalles, tiempo que le está vedado al hombre. Un hombre bien educado no se permite otra duda, inmediatamente después de abrocharse la camisa, que la de elegir la corbata más adecuada. Una elección sencilla en la que no es necesario invertir más de un minuto aunque sean doscientas las corbatas a examinar. La mujer calcula muy malamente el tiempo que necesita para el joyerío y los complementos, y se cuenta de la esposa de un presidente mexicano, que después de sesenta minutos dedicados a elegir el bolso preciso, declinó su presencia en la recepción por un problema de bolsos. «Tienes quinientos bolsos, querida»; «sí, pero me falta el quinientos uno, que es el que me gusta».
Por sus reiteradas muestras de impuntualidad, a Pablo Iglesias le dicen ya «Pablo Preysler». De nuevo le ha dado un plantón de veinte minutos al presidente del Gobierno, que ya sufrió su retraso calculado en su primera conversación posterior a las anteriores elecciones. Y la verdad, es que no tiene justificación su tardanza, porque Pablo Preysler se viste para visitar al Rey o al presidente del Gobierno con una elementalidad que no precisa de últimos toques, coletas aparte. No luce diademas, no porta collares, y tan sólo adorna su cuerpo con esas pulserillas que parecen recogidas de la basura y cuestan una pasta gansa en los comercios de ropa progre de marca. Isabel Preysler llega tarde, pero elegantísima, y Pablo Preysler lo hace con igual retraso, pero con el desaliño propio de los populistas. Entre una y otro prefiero a la primera.
Además, llega tarde y hace esperar cuando se sabe lo que va a decir. Al menos, en la presente ocasión, no le exigió a Rajoy que le encomendara la vicepresidencia del próximo Gobierno, el CNI, el Ministerio de Defensa, el de Hacienda y el de Interior. Esta vez ha estado medido. Los vaqueros presentaban un aspecto de recién adquiridos, las zapas eran oscuras, y la camisa, perfectamente remangada en los codos con milimétrica armonía, era una preciosidad. Creo que su retraso proviene de los codos. El codo izquierdo se lo remanga Tania Sánchez y el derecho Irene Montero. Cuando ya está dispuesto, llama al General Podemos, éste le pasa revista, y si el General Podemos lo autoriza, Pablo Preysler parte hacia su compromiso. Pero ya lo hace con retraso, y tiene la suerte de que aquel que le espera, está mejor educado que él y no lo manda a freír monas como merece. Y lamento de corazón el uso del lugar común «freír monas» por si se sienten heridos los animalistas, tan sensibles con las monas, que no con los seres humanos.
Pablo Preysler está algo zumbado desde el día de las elecciones. Ahí también le saca ventaja Isabel. Una habla y conversa con un escritor fabuloso y el otro con Garzón, la Montero, y la Sánchez que pronuncia «ejjque» en lugar de «es que». Pablo Preysler se veía en la cumbre y se ha encontrado, de golpe, con el barranco. Su única arma es la coquetería para hacerse esperar. Para ver a Obama y regalarle dedicado –hay que tener jeta para dedicar una obra que no es de su autoría–, el libro que se le olvidó a Obama en la sala de visitas de Torrejón, llegó con puntualidad. También era puntual con Chávez y lo es con Maduro. Pablo Preysler es un esnob internacional, y con los líderes mundiales, cumple.
Para la próxima le sugiero que llegue más tarde, que se esmere más en su vestimenta y que acuda acompañado del presidente de Porcelanosa.
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