Restringido
¿Pactos? ¿Qué pactos?
Pacto es hoy en la política española la palabra de moda. Seguramente la clave. ¿Quién va a pactar con quién y a qué precio? Esa es la cuestión. Todo el mundo hace cálculos y especula sobre futuras alianzas ante el hecho probable de la disgregación electoral. Ningún observador duda de que, a pesar de que la aplastante mayoría sociológica de los españoles sigue en el centro, nos acercamos a un nuevo tiempo político, mucho más inseguro, en el que se acaba el turno bipartidista, convenido desde la llegada de la democracia. Se impone la fragmentación. Incluso alguna fuerza emergente propone una fragmentación a lo bestia, una ruptura del sistema, con el que, por lo demás, si se me permite decirlo, no nos ha ido mal del todo. La barrida electoral que nos espera este año, empezando el domingo por Andalucía, va a renovar ayuntamientos, diputaciones, gobiernos regionales y, como culminación de la escalada, las Cortes y el Gobierno de la Nación. Todo de una tacada. Nos espera, pues, un año que amenaza con cambiar la piel política de España, con riesgo de desgarrones. Extremados como somos a veces, la delicada operación puede salir bien o ser un desastre. En parte dependerá de los pactos que se establezcan, sabiendo que ningún pacto es inocuo y, sobre todo, que todo pacto tiene un precio. Así que por el deseo de tocar poder en Andalucía, que marcará la pauta para saber a qué atenerse en las siguientes campañas, uno puede ahorcarse con su propia soga. Recuerdo, como si acabara de ocurrir ayer, que el CDS, el partido de Adolfo Suárez, que había logrado emerger en 1986 con una cierta pujanza, se hundió fulminantemente por pactar con la derecha de Fraga para colocar a Agustín Rodríguez Sahagún en la alcaldía de Madrid, arrebatándosela a los socialistas. Es sólo un ejemplo y un aviso a navegantes.
Ahora lo primero es saber con quién va a ligar para mantenerse en el poder Susana Díaz en Andalucía, que, después de la pérdida de los papeles –¡un papelón!– en su enfrentamiento televisado con Juanma Moreno, difícilmente mejorará, sino todo lo contrario, sus previsiones del domingo. Si al final gana, no tendrá más remedio que negociar alianzas para poder gobernar. El PSOE nunca ha sido demasiado escrupuloso a la hora de los pactos, con tal de mantenerse en el poder; pero en esta ocasión y con lo que queda por delante, ¿habrá algún voluntario dispuesto a jugársela? El de Ciudadanos, que es el candidato preferido de la prensa del PSOE –cada vez más metida en campaña– para compañero de baile, ya ha dicho que no. ¿Podemos? ¡Pues vaya estreno sería! Los politólogos de la «nomenclatura», que se las saben todas y llevan el nuevo partido emergente con mano férrea, son suficientemente avispados como para caer en la trampa. Si lo hicieran, acabarían con el santo y la limosna. ¿Con quién va a gobernar entonces Susana Díaz, si al final gana con una exigua mayoría estas elecciones? El riesgo de desgobierno en el feudo socialista, la región más poblada de España y con más parados, es una posibilidad razonable y un escenario poco recomendable. Impulsaría definitivamente el creciente desfallecimiento del PSOE. Ya se sabe que desde siempre han existido las victorias pírricas. En esta endemoniada situación, las alianzas son armas que carga el diablo.
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