Alfonso Ussía

Palmas contra bramidos

Las islas Canarias, a dos mil kilómetros de la península, son mucho más leales y españolas que el nordeste peninsular. Se disputaba en Las Palmas la final de la Copa del Rey de baloncesto, a la que aspiraban el Real Madrid y el Barcelona. Al aparecer el Rey en el palco, coincidiendo con el Himno Nacional, de las gradas ocupadas por los aficionados del «Barça» surgieron pitos y bramidos. La repetida grosería de una buena parte de los partidarios de ese club que es más que un club. Pero estallaron los aplausos, fuertes y decididos de los aficionados del Real Madrid y sobre todo, del público canario. Los canarios le pusieron al Himno la más hermosa de las letras. Una ovación permanente que acompañó su melodía desde el principio al final. Y los bramidos de la manada fueron silenciados.

En el manual del victimismo separatista se repite una y otra vez que el F.C. Barcelona es independiente de cualquier opción política. Mentira. El F.C. Barcelona ha colaborado con entusiasmo y generosidad en el movimiento separatista y sus manifestaciones, cediendo incluso el «Camp Nou» para ello. Parecen ignorar los dirigentes de ese club que hay más aficionados partidarios del «Barça» en el resto de España que en la propia Cataluña. Esos berridos contra el Himno Español también va contra ellos, si bien empiezo a recelar de quienes insisten, desde fuera de las provincias catalanas, en defender y seguir a un club cuyas interpretaciones deportivas y sociales son inequívocamente antiespañolas. Allá ellos, que no han pasado un buen fin de semana.

El cuerpo social del «Barça», en su mayoría, aborrece a España y desprecia al Rey. Lógico sería que renunciara a disputar, en cualquiera de las modalidades deportivas que lo hace, La Copa del Rey, que es también el Campeonato de España. Tendría una repercusión mundial. Esa renuncia haría más por el separatismo catalán que todas las gilipolleces hasta ahora culminadas, como la cadena de nudistas en las playas y demás chorradas multitudinarias pagadas por el Estado Español y los contribuyentes catalanes, millones de ellos, nada partidarios de esas carísimas majaderías. Al Campeonato Nacional de Liga –Nacional de la nación, España–, no pueden renunciar por riesgo a su desaparición. Pero sí a la Copa de S.M. El Rey, que sintetiza en su simbolismo todo lo que la mayoría barcelonista desea exterminar.

El Rey Felipe VI, como su padre el Rey Juan Carlos I, es un gran aficionado al deporte. Y está en sus nuevos y difíciles tiempos. El Rey bajó a la cancha a entregar los premios, los de verdad y los de consolación. Estuvo afectuoso, cordial e imparcial. A pesar de los bramidos, los aplausos imperaron de manera contundente. Y aplaudió a los campeones después de fundirse en un abrazo con el capitán del Real Madrid, Felipe Reyes. Se trata de gestos que dicen mucho a favor del nuevo Rey. Ahí abajo, a la cancha, a dar la cara.

Como no soy uno de los grandes redactores deportivos de mi periódico, no caeré en la tentación de apuntar una crónica de la final. Me quedo con un dato. El Barcelona consiguió 71 puntos y el Real Madrid 77, es decir, seis más que el Barcelona. De haber sido al revés, y el Real Madrid hubiera anotado 71 y el «Barça» 77, el Barcelona sería el campeón y yo no estaría escribiendo este artículo que tanto me está divirtiendo. No se trata de un desahogo de rivalidad, sino de justicia. Ganó la Copa del Rey, también Campeonato de España, un club que es sólo un club español y cuya mayoría social se siente profundamente española. Un club que respeta a su Rey. Cuestión de justicia y equilibrio.

Lo pasé muy bien con los bramidos.