Partidos Políticos

Papá Pitufo

La Razón
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Comienza la segunda temporada de nuestra serie preferida, que a estas alturas es como un «spin off» de «Vis a Vis» sólo que con dieciocho entre protagonistas y actores secundarios. La investidura. El último capítulo nos dejó en un ay, que es el trilerismo de los guionistas para que no nos despeguemos de la pantalla. La reunión a tres anticipa la entrada de nuevos personajes y de tramas paralelas que aumentan la intriga y el desasosiego. El capítulo piloto de ayer duró dos horas y media. Nadie se atreve a anticipar el final, sólo que está al caer y que algunas escopetas están cargadas con pólvora mojada pero que otras tienen balas de verdad. Un muerto cae seguro.

Resumen de lo publicado. Tenemos a un partido, Podemos, que dice que cede, que es su manera de echar con una sonrisa a Ciudadanos, el cuñado, y cuya financiación está investigándose. Digo la de Podemos. Por Ciudadanos no me aparece nada, que diría una telefonista cuando preguntas por un número importante. La Policía ha sacado a escena al padre Abraham, aquel «hippy» que hacía cantar a los «pitufos», esa manera de blanquear poquito a poquito con donaciones millonarias de personas que no tenían ingresos suficientes como para hacer la declaración de la renta. Los podemitas han tornado de morados a azules. Si fuesen consecuentes hoy viernes no trabajarían, como aconseja Maduro, para no gastar la energía que van a necesitar para llegar a la meta: controlar esa parte del Estado que podría sacarle los trapos sucios. Con Podemos en el CNI, los «pitufos» serían Bob Esponja, que es amarillo, como Milhouse, y bueno, aunque viva bajo la isla de bikini donde quién sabe si habrá también un paraíso fiscal. Desde que pitufina llegó a la aldea de los duendes todo se revolucionó –lo que hacen unos tacones todavía, parece mentira– y ahora es otra la voz que acuna el oído de Papá Pitufo. Pero aunque la estrategia política haya cambiado en sus formas, las dudas sobre el fondo financiero no se disipan y es lo que a toda costa quieren conseguir, que no se aclare, para que la serie acabe sin que a ningún personaje le corten la cabeza. El malo Gargamel y su gato Azrael andan a la busca de un pitufito que llevarse a las garras antes de que sea demasiado tarde, más ahora que en Venezuela se va a trabajar menos, que debe ser la fórmula Podemos con la que lograr la conciliación laboral y no la de los capitalistas conformes con atrasar el reloj una hora.

La otra trama es la de Sánchez Massimo Dutti, el hombre que susurraba a los independentistas y a los pitufos en secreto, y que no ha alzado la voz para aclarar la posible oscuridad de los fondos de Podemos. Lo que menos ansía Pedro es que antes de los fusilamientos del dos de mayo se conozca si la coleta de Pablo está enredada en una trama, un desenlace peor que el que puede prepararle Susana Díaz, la baronesa a la que va más «Pixie y Dixie», que para eso tenían acento andaluz «mu rezalao» y hacían la vida imposible al minino, digamos que Sánchez.