Martín Prieto

Pasarela La Habana

El Papa Pancho, para incondicionales argentinos, se distingue por una bonhomía y caridad superiores a las de Juan XXIII, y es capaz de recibir una delegación de íncubus y súcubus que abandonarían el Vaticano henchidos de entusiasmo por Su Santidad. De joven jesuita se hizo con la sotana raída de un hermano muerto amortajándole con la suya, nueva y luciente, gesto inconcebible en el rey del comunismo americano. Tras verse con el Pontífice, Raúl Castro asegura que si el Santo Padre «sigue así» se hará rezador, reintegrándose al catolicismo. Se podría aducir que si el segundo monarca de la dinastía Castro «sigue así» tendríamos que hacernos del Tiro de Pichón si la paloma del Espíritu Santo posara sobre su cabeza. Obama necesitaba un gesto para adornar el final de sus mandatos iniciando lo que será un larguísimo proceso de normalización con Cuba. El desencuentro viene de tan lejos que del final de la Administración Einsenhower data el insensato plan de la CIA para invadir la isla. En estos prolegómenos el régimen cubano ha olvidado la promesa de Obama de cerrar Guantánamo, y aún menos reclamar la territorialidad de la bahía. La oposición cubana denuncia que la nueva situación creada sólo favorece al Partido Comunista, al Comité Central, al centralismo democrático, la censura de amianto, la ausencia de libertades y derechos humanos y a la opinión de los hermanísimos en «Granma». Raúl sólo aventura ir a misa si Francisco continúa siendo como siempre ha sido. Sería preferible que persistiera en su ateísmo y convocara elecciones libres. El presidente Hollande, tras dar un hachazo a su propio programa económico y haciendo un hueco en sus líos de faldas, se ha subido a la pasarela La Habana para darse un baño de izquierdismo, y será el primero de una larga lista de debutantes, porque la Unión Europea ya decidió antes que Obama que Cuba, con sus rarezas, es una democracia homologable. Los principios de la Revolución francesa están en almoneda.