Luis Alejandre
Pascuas
En su sentido más amplio es una conmemoración alegre: los judíos, conmemorando su liberación de la esclavitud egipcia, los cristianos, celebrando la Resurrección de Cristo. «Dar las Pascuas» es felicitar; «estar como unas pascuas» equivale a un estado de regocijo. Pero, por razones que desconozco, «hacer la pascua» equivale a fastidiar. Resumo: todo cabe bajo la capa del concepto.
No tengo la menor duda de que cuando el buen Rey Carlos III instituyó la Pascua Militar lo hizo por la alegría que le produjo recuperar Menorca en 1782. Y pidió a los mandos de sus Ejércitos que felicitasen en su nombre a sus subordinados. De arriba abajo. Me lo recuerda un buen oficial que me enseñó muchas claves del oficio en una Bandera Paracaidista. Cuando en la Tribuna de la pasada semana refería la visita de S.M. El Rey a Bosnia en 1998, resaltaba precisamente este aspecto: el Jefe de la Fuerzas Armadas acudía a felicitar a sus tropas en puestos de riesgo y fatiga.
Pero la Pascua Militar tiene hoy otras aristas y en el caso de este año, algunas más afiladas. Dicen que abre el curso político, pero me temo que a nuestra sociedad ni le interesa ni le preocupa el tema de la seguridad y defensa. El estado de salud de nuestro Monarca sí preocupa, pero conocemos su capacidad de resistir y su sentido de la responsabilidad, especialmente hacia la milicia: «Vuestro compromiso es expresión de patriotismo, solidaridad y generosidad». Pero quizás no deba marcar los tiempos a sus médicos, sino al revés, debe aceptar sus condiciones, porque necesitamos recuperarlo en su plenitud. Jornada dura para él, que sólo encontró consuelo al enterarse de que Angela Merkel había sufrido una fractura de pelvis y se apoyaba también en dos muletas. ¡Seguro que me tenía envidia, debió comentar!
Volvamos al fondo y quizás un día habrá que reconsiderar el significado de la conmemoración militar. Prima la prudencia política y el lenguaje cortés, contagiados del carácter festivo del día. Pero ello no entraña que haya soterrados otros problemas graves. Se habló de unidad y de solidaridad, pero para nada se citó la malla rompedora que se hila en Barcelona, ni se mencionó el pulso al que han sometido a nuestra sociedad en Durango etarras excarcelados, que no renuncian ni a su pasado de terror y muerte, ni apuestan por la vía del perdón que podría canalizar su futuro. Y nuestra sociedad calla. Sólo la voz valiente de un periodista –Cake Minuesa– fue capaz de decir lo que todos sentíamos. Pero se puso inmediatamente sordina mediática a sus palabras. ¡En el Palacio de Oriente faltaban a lista 306 militares asesinados por ETA en los llamados «años de plomo» provocados por buena parte de los concentrados en el matadero –¡no había sitio más oportuno!– de Durango.
No hablaré de unos presupuestos de Defensa que rozan lo imposible, con un descenso del 32,4% en los últimos cinco años. Por supuesto comprendemos la situación económica en la que nos encontramos y por supuesto comprendemos los esfuerzos del Gobierno. No estamos tan de acuerdo en su priorización. ¡Ya quisieran las Fuerzas Armadas ser rescatadas con las migajas que han sobrado de ciertas ayudas a entidades bancarias y medios de comunicación! Pero nuestra sociedad lee de pasada estas cifras negativas y se desentiende.
No quiere pensar que cuando vemos estas trágicas imágenes de columnas de seres humanos que descienden del Gurugú con la única ilusión de saltar la valla de Melilla o cuando vemos hacinados y helados a otros en pateras que intentan llegar a Lampedusa o a Motril, son consecuencia de la situación en el Sahel, en la República Centroafricana o en Sudán del Sur. Pero desvían sus responsabilidades a la Unión Europea o a Naciones Unidas: «Alguien estará haciendo algo». Y se desentienden. No quieren comprender que para evitar estas migraciones es necesario reforzar a sus propias sociedades de origen y para ello hay que poder facilitarles un instrumento vital como es su seguridad. Y para dar seguridad hay que estar en condiciones de ayudar, de intervenir.
Por supuesto en Djibuti evitamos secuestros de barcos; por supuesto en Mali ayudamos a evitar que un país se convirtiese en santuario de Al Qaeda; por supuesto en Herat intentamos consolidar infraestructuras vitales para la región como son su hospital o su aeropuerto. Y por supuesto aparecerán mañana otras necesidades que sólo podremos acometer con tropas alertadas y bien entrenadas. Y para estarlo deben contar con medios y capacidades adecuados. No en balde la palabra «ejército», procede de ejercicio, del que se ejercita para ser capaz. Pero si este instrumento se desmotiva, no se renueva, no dispone de medios modernos, se vuelve obsoleto.
Bien sé que no se dijo así en la Pascua Militar. Bien sé que la prudencia es siempre buena consejera. Y no es que quiera hacerle la pascua a nadie. Pero la prudencia no debe ocultar la realidad.
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