Toni Bolaño
Perder el tiempo
Reconozco mi sorpresa. No entiendo que el PSC vote a favor de reconocer la «estelada» como «símbolo que representa un anhelo y una reivindicación democrática legítima y no violenta». Ciertamente, es un símbolo –ya lo es–, para los que suspiran por la independencia; es una reivindicación democrática legítima –que por cierto cobra vida bajo una democracia de baja calidad según el ínclito Francesc Homs–, de una parte, insisto, de una parte de la ciudadanía catalana; y no es violenta. Eso esperamos.
No tendremos en cuenta los «vivas» a Terra Lliure en el aniversario de la muerte del terrorista Martí Marcó. Pasaremos de puntillas por las redes sociales que hierven de entusiasmo ante frases tolerantes como «recordadles que nuestro país no olvida jamás a los traidores» – traidores son todos aquellos que no comulgan con la independencia–, en la línea diseñada por el actor Joel Joan. Tampoco tendremos en cuenta los insultos que reciben aquellos que osan defender el contrario de lo que patrocina el pensamiento único. Y menos atenderemos a eslóganes que incitan al enfrentamiento –según las mentes calenturientas–, como España nos odia, nos roba, caña a España...
Con esto sobre la mesa, sigo sin entender el voto de los socialistas catalanes, un partido que se define no nacionalista. Tampoco independentista. La «estelada» no es ni su bandera, ni la de los que se consideran progresistas, catalanistas y federalistas.
Como no hay problemas, el Parlament se dedica a estos debates de alta enjundia. Ahora, los aficionados al futbol podrán llevar la «estelada» por los estadios. Los colores de su club serán lo de menos. Bueno, después de que el Barça se pusiera la «senyera» por camiseta, cualquier cosa.
Cataluña está inmersa en su «monotema». No se habla de otra cosa. Ni se debate de otra cosa en el Parlament. Unos izan la testosterona. Otros remueven las tripas y tocan el corazón con el eslogan sentimentaloide. Y algunos se la cogen con papel de fumar, están en tierra de nadie y se regatean a sí mismos –leáse PSC–. Por eso, no es de extrañar que cuando el presidente de la CEOE, Juan Rosell, se atreve a pedir diálogo político y un debate serio, con datos, para «saber qué es posible y qué no» lo ponen a bajar de un burro. Es el bizco en el país de los ciegos. Y además, fíjense, los escoceses se reúnen con el Banco de Inglaterra para discutir sobre su continuidad en la libra. ¡Mira que perder el tiempo con tonterías!
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