Alfonso Ussía
Persecución
Joan Tardá, que no es Demóstenes precisamente, ha dado en la diana con su valiente opinión. Preguntado por la detención y posterior imputación por blanqueo y fraude fiscal de Oleguer Pujol Ferrusola, Tardá, siempre diáfano y en ocasiones tan realista como crudo, respondió: «Lo de Oleguer Pujol es un catalizador para que las nuevas generaciones voten». Contundente. De haberle formulado una pregunta menos comprometida, la respuesta habría sido tan clara como la previamente transcrita: -Señor Tardá, ¿le parece normal el calor que hace a estas alturas de octubre?-; - No me parece normal, pero entiendo que este calor puede interpretarse como un catalizador para que voten las nuevas generaciones-. Completamente de acuerdo.
A quien esto firma, lo de Oleguer Pujol se le antoja el principio de una injusta y dolorosa persecución a una familia ejemplar. Nada más edificante que los componentes de una familia numerosa se dediquen a la misma actividad. En este caso, a la administración e inversión escrupulosas del dinero público en aras a la consecución de la independencia de Cataluña. Que el sufrimiento de este acrisolado grupo familiar sea un catalizador para que las nuevas generaciones voten, me parece poco. Hay que acceder a los sentimientos particulares con algo más de sensibilidad. Tardá acierta, pero no acaricia. Tardá sabe que los Pujol se han sacrificado por Cataluña, y ese conocimiento le obliga a emitir opiniones más prudentes. Admiro la solidaridad familiar. Todos a una y una para todos. En mi juventud tuve el orgullo de tratar a una familia aún más ejemplar que la de marras. La familia Alsasuamendi Gréttel.
El padre era Actuario de Seguros, la madre Actuaria de Seguros y nueve de sus diez hijos, Actuarios de Seguros. El décimo, la oveja negra de la familia, decidió volar con independencia del carcumen familiar, y se hizo Actuario de Reaseguros.
Más o menos como los Pujol. El padre, la madre y los hijos han coincidido en su generosa interpretación del sacrificio por Cataluña. Y todos, al unísono, se han prestado a la inmolación por el sueño anhelado de la independencia. Muy pocos medios de comunicación, exceptuando a TV3 y «La Vanguardia», se han apercibido de ello. Los Pujol sufren una brutal persecución de la Justicia española, y como dicen los cursis, esto que ahora pasa no es más que la punta del iceberg. Al fin y al cabo, que Oleguer haya sido el primero en padecer la demoledora acción de un juez de la nación invasora, es intrascendente. Van a por ellos, y nada importa ser el primero o el último en acceder al espacio del heroísmo. Una brutal represión de ocho horas, durante las que Oleguer se negó a declarar ante la Policía Nacional, actitud de firmeza que merece el mayor reconocimiento. Cuando llegó a casa después de sufrir las ocho horas de reclusión, Oleguer se mantenía altivo y sonriente, sabedor de la fundamental importancia de su catalizadora resistencia para el futuro de Cataluña.
Pero ha sido imputado. Lo de la imputación suena malamente, pero no hay que concederle excesiva importancia. Si todos los imputados por corrupción en España hubieran sido juzgados y condenados, habría que construir una prisión de dimensiones parejas a los Nuevos Ministerios. Ahí radica la maldad. Se habla de la corrupción de los Pujol, cuando en realidad los Pujol son víctimas voluntarias en beneficio de la causa.
Una familia brutalmente perseguida por su desinteresado y profundo patriotismo catalán. Lo ha definido Tardá con su habitual talento descriptivo. Y en Europa, nadie reacciona ante el atropello.
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