Pactos electorales

Pitufos gruñones

La Razón
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Sólo diez meses atrás, todavía contando los concejales obtenidos, las alcaldías y las cotas de poder alcanzadas en distintas comunidades tras los comicios territoriales recién celebrados y con la mirada puesta en el «asalto a los cielos» de cara a las elecciones generales, desde Podemos ya se miraba a una moribunda Izquierda Unida casi con mayor desdén que el ejercido históricamente por el PSOE hacia la formación nacida al albur del «no a la OTAN».

Si los socialistas esgrimian especialmente allá donde gobernaban con amplias mayorías el «aparta que me tiznas» frente a IU, salvados los puntuales casos en los que la coalición se perfilaba como muleta, en lo relativo a Podemos ese desprecio ha sido proporcional a las dentelladas sobre el castigado espacio electoral de la formación verdiroja.

Pablo Iglesias quiso marcar desde el primer minuto las diferencias entre una supuesta nueva hornada de políticos más jóvenes, más atractivos, más cercanos al lenguaje de una calle hastiada de corrupción y recortes y consumados maestros en el manejo de las redes sociales frente a los vetustos camaradas llegados de los nebulosos pantanos del viejo comunismo, esos carrozas identificados en los Líster, los Carrillo, los Ignacio Gallego, Pasionarias y Camachos o referentes de generación posterior menos carismáticos, de verbo poco fácil y a años luz del marketing político como los Frutos, Alcaraz o el propio Cayo Lara. «No queremos cenizos que en 25 años han sido incapaces de leer la situación política del país, no queremos que se acerquen a nosotros», decía Iglesias tras la oferta del «pitufo gruñón» Alberto Garzón de negociar algo parecido a una candidatura de unidad popular. El líder de Podemos ni siquiera reparaba en atacar directamente a la simbología de la izquierda más ortodoxa, «no nos interesan ni vuestra internacional ni vuestras estrellas rojas, nosotros venimos a cambiar el país».

No ha pasado un año y estos «tristones amargados» de la vieja casta quién sabe si se han convertido en la tabla de salvación de los «estupendos» de la «New political» a la hora de compensar una más que previsible evaporación de la magia podemita. El acuerdo cerrado este lunes entre las formaciones de Iglesias y de Garzón para concurrir de la mano a las generales llega con la gran duda de si cuatro más dos suman seis o se quedan en tres, pero llega sobre todo con la constatación clara y precisa frente a una pretendida transversalidad, de que Podemos tiene el mismo ADN de extrema izquierda que estos «rancios» leninistas a los que antes de ayer despreciaba.

El «sorpasso» al PSOE se antoja como harto difícil, incluso superar en votos a la formación de Sánchez no tendría la misma correspondencia en escaños dado el aún sólido suelo socialista en provincias de interior, pero lo que sí se antoja evidente es que los pitufos gruñones y cenizos hoy con encuestas viento en popa podrían salvar la cara de quienes les brindaban esos calificativos. De momento IU concurre por primera a unas elecciones ya sin candidato propio a la Moncloa. El joven Garzón sí que se la juega.