Restringido

¡Pobre Simón Bolívar!

Si el libertador Simón Bolívar levantara la cabeza y viera la postración de Venezuela a manos de un dictador posmoderno con bigote staliniano, un personaje aplatanado, antiguo conductor de autobús, heredero de un golpista, llamado Hugo Chávez, pero sin su carisma, dispuesto a cambiar la guayabera blanca por el uniforme verde-oliva, preferiría volverse a su tumba, desolado por la farsa en que han convertido su revolución. ¡Pobre Bolívar! Hoy mismo, domingo, Nicolás Maduro, ese vulgar visionario, empujado por sus paranoias golpistas, obtendrá de la Asamblea Nacional más poderes en materia de defensa mediante una ley que llama «habilitante», o sea, que le habilita de cara a las próximas legislativas para hacer de su capa un sayo, entre el silencio cómplice de las democracias americanas. Han tenido que alzar la voz el presidente Obama y el Parlamento Europeo contra el infame atropello del régimen chavista a las libertades y los derechos humanos para que empiecen a surgir tímidas voces en las tierras del Libertador. Los líderes de la oposición democrática están encarcelados en condiciones infrahumanas –uno de ellos acaba de morir en prisión– o sienten cada día en la nuca el aliento de sus perseguidores, esbirros que actúan bajo capa de una Justicia sometida, que no le importa mirar para otro lado ante semejantes desafueros y ante el aplastamiento sangriento de las protestas estudiantiles. Este dictadorzuelo chocarrero se permite lanzar una nueva soflama contra España –la España democrática, madre de pueblos y de libertadores– con insultos al presidente constitucional, Mariano Rajoy, que había tenido el detalle de recibir en la sede del Partido Popular a Mitzy Capriles, mujer de Antonio Ledezma, el alcalde de Caracas, encarcelado por el régimen con falsas acusaciones de conspiración por haber firmado un manifiesto en defensa de la democracia y de la libertad. Es lo que ha exigido públicamente el presidente Rajoy: libertad para el alcalde de Caracas y para el resto de los opositores. No ha hecho más que cumplir con su deber y se supone que, en este trance, contará con la solidaridad del resto de las fuerzas políticas. Ha exigido lo mismo que el Parlamento Europeo, con el voto en contra, como se sabe, de los de Podemos y demás comunistas, que prefieren, por lo visto, igual que Putin, quien llevará tropas rusas a desfilar con las venezolanas, el bigote staliniano de Nicolás Maduro. Parece increible que, con estas credenciales y semejante conexión caraqueña, los de Podemos, los nuevos libertadores, brillen como brillan en España, y en la santa Rusia se desborde la popularidad del imperialista Putin. Es como si el reloj de la historia hubiera echado de pronto marcha atrás. A pesar de todo, para preservar las relaciones de sangre, de lengua y de negocios, habrá que pensar que no ofende quien quiere sino quien puede, aunque, como dice Rousseau, «conozco demasiado a los hombres para ignorar que con frecuencia el ofendido perdona, pero el ofensor no perdona jamás».