Francisco Rodríguez Adrados

¿Podemos?

Una nueva propuesta «económica» de Podemos matiza levemente las locuras iniciales de esos aprendices de economista, pero más o menos todo queda en lo mismo: en una sustitución de los ciudadanos por un Estado divinizado y chorros de palabras contra la realidad. El nombre copia el «We Can» de Obama, que puede mucho, pero no todo (no puede con una tropa de fanáticos en Siria). E imita sin querer a todos los que han querido, desde hace milenios, sustituir los hechos por unas promesas halagüeñas y falsas. De todas maneras, esa nueva versión edulcorada no tiene interés, parece una especie de disfraz, y quita a Podemos su única virtud: dar pie a desahogos verbales a veces saludables.

La verdad, felicito a este periódico por haber puesto las cosas en su punto: no sólo él, todos los que saben algo de la dichosa economía y conservan el (parece que molesto para muchos) sentido común están de acuerdo. Programa: todo lo construido con trabajo, al hoyo, pero, eso sí, todo se nacionaliza, el Estado papá todo lo paga... pero las deudas no se pagan, se interrumpen las obras públicas, todos con sueldo del Estado, si crece la deuda, no importa, etc. etc.

El Estado (o sea, ellos) se diviniza y todo se arregla con unas cuantas palabras. Señores de Podemos, me temo que no puedan sustituir la realidad por camelos interesados que pueden (eso sí, ha sucedido muchas veces) arrastrar a muchos con halagos y esperanzas vanas para dejarlos luego en la desilusión y en la miseria. En la estacada. Es de lo más triste ser historiador y ver cómo se repiten los errores: las mismas ilusiones vuelven a engañar una vez y otra, el hombre tropieza en la misma piedra veces innumerables. Y si protesta luego, se le aplica la violencia.

Todo esto viene de Platón y Marx y Lenin y otros muchos más, con buena voluntad, sin duda. Niegan los hechos, las verdades, con bonitas frases y pretenden sustituir una situación no buena por otra peor. Al final, la única salida sería la violencia y luego, volver penosamente a empezar. Por ejemplo, recuerdo la revolución rusa, que empezó con promesas idílicas, precisamente cuando las cosas iban comenzando a mejorar, allá en 1906. Fracasó el primer intento, pero siguieron entre mentiras y falsas ilusiones. Ganaron en el 17.

Recuerdo las películas: los revolucionarios avanzando ilusionados, los ricos los miraban medrosos detrás de las ventanas de lujosos cafés, pero luego acabamos leyendo a Pasternak y su «Doctor Zhivago» y a Solzhenitsyn... y viendo al final cómo caía el Muro de Berlín. Luego, al final, aquel régimen cayó por sí solo, nadie lo empujó, pero pasó demasiado tiempo (y demasiados sufrimientos) para ello: de 1917 a 1989. Por ahí anda un artículo que publiqué en «El Independiente» en el año 90 del siglo pasado y que se titulaba simplemente «Setenta y dos años». Demasiados años.

Bueno, éste no es sino un ejemplo extremo; espero que la Humanidad se habrá curado de esas cosas. Otros ejemplos podría poner. Pero el modelo ese podría resumirse en una frase: «El Estado lo es todo, el pueblo nada». ¡Y eso cuando se buscaba al Estado para liberar al pueblo! Es lo mismo que prometen estados socialistas de América que parece que para Podemos son modelo. Dios aleje de nosotros su éxito. Claro que todos somos susceptibles de embarcarnos en ilusiones.

El resultado son estados totalitarios, incluso si ganan elecciones, puede que hasta lo logren en un momento dado. Pero es claro que esos estados no son lo que querían los que los crearon o los viven o, simplemente, los que los han visitado. Yo, la verdad, desde que estuve en Cuba, hace tiempo ya, no quise visitar ninguno más de esos paraísos. Yo era un invitado del Gobierno y daba conferencias y me llevaban acá y allá. Pero todo estaba controlado hasta la náusea, el dinero que me daban no valía para nada, sólo querían dólares, había un ambiente depresivo de propaganda y arbitrariedad. Que otro disfrute de semejantes paraísos. Y también estuve en Argentina, viendo el desastre tras la muerte de Perón, otro ilusionador de multitudes.

Sin embargo, luego me invitaron a la vieja Bulgaria, donde yo era una especie de personaje (había ayudado a que se estudiaran las lenguas eslavas en la Complutense) y hasta me dieron la medalla de Cirilo y Metodio, parece que estos santos acompañaban a Marx. Me gustaban las ruinas de los viejos tracios y el Museo, pero lo que veía alrededor, nada de nada.

Dirán que todo esto que digo son fantasías para amedrentar. Ya sé que los que inventaron esos sistemas no pensaban en ellos cuando los fundaban, sólo la lógica implacable de los hechos les llevó a esas consecuencias. Pero allí estaban. Es una paradoja terrible que las mejores voluntades, si se meten en una vía equivocada, llegan, por la simple presión de los hechos, a donde no querían llegar. Programas igualitarios como ese de Podemos llevan inevitablemente, si triunfan, a estados totalitarios y, luego, a todo lo demás. Pienso que aquí no corremos ese riesgo; esas ideas no van a triunfar. Pero mejor es explicar la lógica, implacable, concatenación de los hechos cuando se inician, con ilusión, caminos como ese.

Creen que son originales cuando recetan, para sacar a una nación de una situación difícil, como es la nuestra, remedios salvadores como ése. Créanme, no han inventado nada, sólo se han metido, por inexperiencia ilusionada y deseo de poder, en un viejo camino mil veces fracasado. Revoluciones más o menos semejantes a la que propone Podemos han hecho, una tras otra, un daño inmenso a nuestro mundo, de Marx para acá. ¡Han dificultado un progreso ya de por sí difícil! Eso es todo lo que quería decir. Sin animadversión, pero conozco la Historia –historias– que ellos sin duda desconocen. Es un camino peligroso.