Estreno teatral

«Polemos»

El devenir del universo y la cultura es una realidad, pero este hecho no está en contradicción con el ser esencial y sustantivo de las cosas. Un griego ilustre, Heráclito (535 a. C -484 a. C), había afirmado una actitud positiva inicial de confianza en la inteligencia humana, frente a la actitud escéptica de su tiempo, polémica que se ha generado también en la epistemología moderna y postmoderna. Heráclito, de acuerdo, con el lema del frontispicio del Templo de Delfos, advertía: Está en poder de todos los hombres conocerse a sí mismos y ser sensatos (Sobre la Naturaleza, Frag. 116).

Heráclito consideró que el orden real coincide con el orden de la razón, porque en las cosas hay una armonía invisible, mejor que la visible (B54DK). No puede decirse que negase lo sustantivo, lo esencial, ni subestimara el uso del sistema perceptual humano que lo creía imprescindible para entender la realidad. Su propuesta fue acerca del dinamismo del fluir universal de los seres: Panta rei (πάντα ρει), donde todo fluye; y donde ese fluir, según él, era lo que dinamizaba el desarrollo; pero al mismo tiempo ese proceso era armonía, orden, no obstante decir que: La guerra (“pólemos”) es el padre de todas las cosas. Para Heráclito el principio, el arjé, sería el fuego, una metáfora o símbolo que expresa algo que sólo se mantiene consumiéndose y destruyendo, que expresaba el constante cambie de la materia. Ahora bien, el devenir, insistimos, para Heráclito, no era irracional, ni azaroso, ya que el logos, era la razón universal, que lo rige: Todo surge conforme a medida y conforme a medida se extingue.

Otro hecho es fundamental para entender la dialéctica en su sentido moderno, que fue la publicación, a comienzos del siglo XIX por Hegel de su obra titulada Fenomenología del espíritu (1807), en la que la realidad, según él, está configurada por el conflicto inevitable de los contrarios, ya que los conceptos se engendran nuevos conceptos en contraposición. Es más, la dialéctica de la contradicción, en Hegel, se hace constitutiva, porque trató de reproducir en el pensamiento las oposiciones que se dan en la realidad, y que es valorada falsamente de forma objetiva (Hegel, 2006). Se confunde la descripción de la realidad con explicación de la realidad, es decir, se aprecia la realidad de contexto como si fuese la realidad de justificación.

La izquierda y la derecha hegeliana, radicales, cada uno con su ideología, llevarán la metodología de la dialéctica de la mano de la violencia hasta la tragedia de la lucha de contrarios, ya fuesen los contrarios en su maniqueísmo: las razas o clases respectivamente. Los análisis de la injusticia social que formulaban eran patentes. Pero las fórmulas de solución eran falsas, no llevaron al paraíso prometido, sino antes al contrario, a as guerras mundiales, los campos de exterminio nazis y lo gulag soviéticos que son un testimonio patético.

Por la orilla de la izquierda, en la obra titulada Dialéctica de la Ilustración, Theodor Adorno (1903-1969) y Max Horkeimer (1895-1973), no obstante, estar comprometidos con la Teoría crítica y su carácter emancipatorio, manifiestaron, no obstante, su pesimismo: “Lo que nos habíamos propuesto era nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie” (Adorno, 1998:51). La propia crítica derivada desde la izquierda hegeliana, como se aprecia, ya comenzaba a barruntar, aunque no se quiera reconocer abiertamente, que la clave explicativa de la dinámica humana y social no es la pretendida contradicción social, sino que ésta es un epifenómeno de la contradicción personal, que se manifiesta en cualquier entorno o contexto a través del afán de dominio y de deseo de las personas. La contradicción, según recordó Mao, la tenía ante sus ojos, seguía presente después de la revolución en el propio partido, siendo la misma dinámica: lucha por el poder, en este caso en el propio partido.

Será Sartre (1905-1980), finalmente, marxista y existencialista, quien criticará abiertamente la metodología de la “dialéctica” moderna. Así se hace patente en su obra titulada: Crítica de la razón dialéctica, que fue publicada en 1960. Sartre aunque sigue proponiendo la antropología marxista para tal propósito, dado sus prejuicios respecto de las ciencias metafísica y teológica, se planteó una cuestión crítica que es fundamental: ¿es posible tratar al otro como a un sujeto, como un ser que tiene sus propios proyectos, como un ser libre? La respuesta de Sartre fue pesimista ante su experiencia negativa. Sartre, llegará a la conclusión de que la relación entre las personas, sin suelo ontológico y ético firme, será la cosificación, que sería, según él, la forma “natural” del trato. El desafío, según le parecía ahora, consistiría en esclavizar al otro o dejarse esclavizar, lo que le hizo pensar que de alguna manera el infierno son los otros.

Expresa esa inevitable condición de lo humano, que es de naturaleza conflictiva, y que siempre emerge en el escenario de la vida un conflicto de libertades (1988); pero la solución tiene que ser democrática, no violenta, ya que la dictadura del poder, de izquierdas o de derechas, es el atajo del drama que coarta la libertad y conduce a la soledad del desierto de la vida social.

El reto principal es la independencia de la justicia. Habrá que decir, que siendo el reto de la justicia posible, éste no se hace factible a través del “polemos” (la guerra), y el fuego, sino que requiere principalmente de la formación de la conciencia personal de acuerdo con la verdad de las cosas. Porque el conocimiento, mejor aun, la sabiduría, infunde vida a sus hijos, y acoge a los que la buscan, y va delante de ellos en el camino de la justicia (Eclo, cap. IV, 12).