Cástor Díaz Barrado

Política equivocada

Desde hace tiempo, las autoridades de Londres llevan a cabo una política exterior que se podría calificar de disparatada. Están cometiendo errores cuyas consecuencias se verán más adelante. No sólo generan enfrentamientos con países latinoamericanos como Ecuador o Argentina, al sostener una política imperial caduca y una visión trasnochada de las relaciones internacionales, sino que, también, crean tensiones innecesarias con sus propios aliados, como España, por el caso de Gibraltar. Ahora, el Gobierno británico intenta poner límite a la libre circulación en el seno de la Unión Europea, lo que afectaría sobre todo a los países del este de Europa. Es verdad que los británicos no han sido nunca unos grandes entusiastas del proceso de integración que representa la Unión Europa y que se mantienen al margen de muchos de sus logros más emblemáticos, como es el caso del euro. Además, no dejan de mantener, periódicamente, posiciones que anuncian el posible abandono de la Unión por parte del Reino Unido. Todo es posible en un país que carece de una política exterior a largo plazo y actúa, con frecuencia, a impulsos, sin conocer exactamente cómo han evolucionado las relaciones internacionales contemporáneas. El deterioro de la imagen de Gran Bretaña en la escena internacional se va acrecentando y se trata de un país que sólo adquiere cierto protagonismo por ser el principal aliado de los Estados Unidos en Europa. Las autoridades norteamericanas deberían reflexionar, puesto que será difícil sostener, durante mucho tiempo, las consecuencias que se derivan de una política exterior tan errática como la que practican los británicos. Las reacciones que ha provocado la propuesta británica de limitar la libre circulación de los ciudadanos comunitarios han sido contundentes y es difícil pensar que la Unión acepte la imposición de «cupos», tal y como lo pretenden las autoridades de Londres. Poner en riesgo el principio básico de la libre circulación supone acabar con la integración en Europa y volver a sistemas puramente nacionales. La defensa de los propios intereses debe hacerse ahora, en Europa, en el marco común en aquellos campos en los que ha habido una cesión de soberanía. La propuesta británica no se sostiene, pero supone un peligro en la medida en que pueda ser acogida y difundida por los sectores más euroescépticos de otros países de la Unión. Gran Bretaña no es un buen socio para la Unión Europea y sus estados miembros. La libre circulación es la base de la integración económica y un aspecto esencial de la integración política en Europa.