José María Marco
Política y sentido común
A menudo se reprocha a Mariano Rajoy su empeño en situarse en la perspectiva del puro sentido común. Se dice, efectivamente, que el sentido común no puede ser el fundamento de una política. Allí donde la política, en su sentido más profundo –y más cotidiano-, es dar sentido a la acción del ser humano en sociedad y organizar por tanto la discrepancia, el sentido común se sitúa en una dimensión distinta, donde no hay diversidad de opiniones ni de intereses. El excelente discurso que pronunció ayer Mariano Rajoy en la sesión de investidura pareció una respuesta a este debate, al situarse en los dos planos a la vez, algo muy propio del temperamento y el estilo político del Presidente.
En cuanto al gusto por el sentido común –algo que mucha gente gusta de confundir con lo burocrático o lo funcionarial- es de resaltar la claridad de la exposición y su ausencia absoluta de apasionamiento retórico. Más allá de los diputados y los medios de comunicación, Rajoy se dirigió a todos los españoles. El discurso transmitió la idea de que se está tratando un asunto que afecta a todos, en todas las dimensiones de la vida: no sólo la política, también la económica, la de las oportunidades y la del futuro de cada uno. Y es de todos, es decir de la capacidad del Congreso –y no sólo del propio Rajoy- para articular una mayoría de gobierno de lo que depende que esa realidad se estanque, empeore o mejore.
También en su estilo, y siempre desde lo que se podría llamar una «ascética del sentido común», Rajoy hizo un balance realista de su obra: sin alharacas propagandísticas y sin forzar la crítica a los gobiernos anteriores. Y es aquí donde la pura apelación al sentido común empieza a teñirse de otras consideraciones, aunque sin desdecirse. Aquello a lo que apeló Rajoy es, efectivamente, al patriotismo, la lealtad a la nación, el compromiso con la continuidad del progreso de un gran país. Se dirá que es una trampa, pero Rajoy es más fino que eso, y si se permite tocar esa fibra es, como dijo él mismo, por la situación «excepcional» en la que estamos, dada la negativa de los socialistas a llegar a alguna clase de pacto. Aquí el sentido común alimenta un cierto decoro, por no hablar de pudor.
En vez de pedir sacrificios al PSOE o de escenificar el acuerdo con Ciudadanos como el resultado de concesiones mutuas, lo que hizo Rajoy fue plantear los motivos que constituyen el marco general dentro del cual se pueden manifestar tanto las discrepancias como los acuerdos, pero que, como marco de referencias, debe ser objeto de consenso: la economía y el empleo, la educación, el mantenimiento de un mínimo (que en casi todos los demás países sería un máximo) de servicios y prestaciones sociales a cargo del Estado.
En la evocación de los elementos de este consenso, Rajoy insistió en la lucha contra el terrorismo, así como en la seguridad y la defensa de España. También en la Unión Europea, de la que hizo una defensa bien articulada, lo que le permitió aludir al carácter demoledor y retrógrado de los populismos.
Y sobre todo, insistió como pocas veces se le había oído en la unidad y la continuidad de la nación, la nación española, con una referencia bienvenida a la tradición constitucional de nuestro país y a la larga historia de la ciudadanía española, que no data de ayer, precisamente. Aquí es donde la política y el sentido común vuelven a encontrarse: en las bases, que hay que volver a construir, para un país capaz de enfrentarse a los grandes retos planteados. Tal vez lo que explique todo sea justamente eso, el pánico al éxito.
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