Irene Villa
Poner fin
Las palabras sanan del mismo modo en que las palabras matan o desgarran. Como las de una niña en Siria que escribió: «Mi gente se está muriendo mientras ustedes miran. Éste es el fin de la humanidad». La espiral de la violencia de la que nadie se salva nos salpica a todos, suma dolor sobre dolor. Aunque no queramos, los terroristas se encargan de meternos en esa espiral, de crear una auténtica guerra. El terrorismo no da tregua. De nuevo, vidas segadas para nada. Otra vez el dolor instalado en decenas de familias de forma absurda y gratuita. Las imágenes de la sangre derramada, los cuerpos magullados, los destrozos... nos descorazonan del mismo modo en que esos ataques químicos se llevan por delante decenas de niños... ¿Qué tendrán que ver esos niños intoxicados o asesinados con la política presente o futura de un país?
No podemos olvidar la terrible situación que se vive en Siria desde 2011. Una guerra que deja ya secuelas irreversibles y miles de imágenes como aquella que nunca olvidaremos de aquel niño de tres años, tendido en la arena, bien vestido, incluso calzado, pero muerto. El drama de los refugiados, de las embarcaciones sobrecargadas que dejan pocos supervivientes, de los kilómetros y kilómetros recorridos, con heridas e incertidumbre, con bebés a cuestas, aquellos embudos humanos... no es nada comparado con las heridas irreversibles en la salud mental de quienes están viviendo la guerra y son testigos de inhumanas escenas llenas de crueldad, de atrocidades difíciles de borrar de la retina.
Los más damnificados, como siempre, los niños. ACNUR y el Programa de Naciones Unidas par el Desarrollo denuncian que no se cumplen las promesas de ayuda a los refugiados sirios. Además, seis millones de niños en Siria precisan ayuda de unos médicos que han sido asesinados o han huido del país.
Son las heridas invisibles de una guerra, de un drama humanitario, de una tragedia que nos concierne a todos, y que jamás podrá justificarse, de una situación a la que hay que poner fin.
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