Ely del Valle

Ponfencerrona

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F eo asunto el de Ponferrada. Tan feo que ha conseguido poner al secretario general del PSOE en un brete, a su secretario de Organización con un pie en la calle, a un alcalde elegido democráticamente en su casa, a un acosador en la cabeza de la operación y a un socialista que ha resultado no serlo, al frente de un ayuntamiento que en este momento no se sabe si es carne o pescado.

Dicen los que le conocen, que el tal Ismael Álvarez –el condenado por el «caso Nevenka»– vivía obsesionado por vengarse del PP y que su apoyo a la moción de censura obedece única y exclusivamente a ese sentimiento. No parece que sea el mejor para dedicarse a la política. El que ha llevado al nuevo alcalde a renunciar a su partido para hacerse con el poder de firmar los pregones, tampoco.

El «caso Ponferrada», además de hacerle otro roto a Rubalcaba –lo de que conocía la operación, pero no sus pormenores suena a chirigota tratándose del hombre que todo lo oye y todo lo ve – vuelve a poner sobre la mesa el viejo asunto de la falta de control de los partidos sobre quiénes forman parte de sus listas electorales. A la primera de cambio, al PSOE le ha salido un sapo dispuesto a vender su primogenitura por un plato de lentejas con sabor a beso de Judas. A la hora de la verdad lo que ha demostrado el tal Samuel Folgueral es que ante el poder poco vale la ideología, y eso, de cara al electorado socialista, es muy significativo.

De cualquier manera, y sin olvidar que en este caso los cutres son los protagonistas de esta ópera bufa, quienes deberían hacérselo mirar son los votantes de Ponferrada por fiar sus vidas y sus bienes en manos de semejantes individuos.