José María Marco
Populistas sin caudillo
Elena Valenciano, candidata del PSOE al Parlamento Europeo, ha declarado que le «sorprende que la gente con menos recursos se fíe del Partido Popular». Es una forma no muy fina de llamar imbéciles a los mismos votantes que Elena Valenciano considera, por lo que dice, como votantes naturales suyos. En el fondo, el argumento continúa la misma línea que ha llevado al PSOE a una actitud próxima al autismo: el desprecio a cualquier argumento que difiera de su propia posición, la ortodoxa a machamartillo. Aviso, por tanto, a votantes que estén pensando en cambiar el sentido del voto. Y aviso también a los jóvenes dispuestos a escuchar con simpatía a los socialistas, (el acto se desarrolló ante un grupo de jóvenes, y en una biblioteca...). Aquí no vale la ilusión, la seriedad, las ganas de participar en la mejora del país, la voluntad de compromiso propia de la gente joven. Aquí sólo vale el cinismo más crudo.
Aparte de este detalle, tan castizo, tan propio del socialismo carpetovetónico, la intervención de Valenciano es propia de un mitin de campaña electoral. Y los mítines, como es natural, suelen incorporar un fuerte elemento populista. El populismo de la candidata contradice, por su parte, el esfuerzo que está haciendo el PSOE por elaborar una posición crítica y distanciada de las actitudes populistas ante las próximas elecciones europeas. Por ahora, se diría incluso que el principal enemigo de los socialistas fuera el populismo. O bien están pensando exclusivamente en el espacio europeo, algo poco probable, o bien están hablando de otra cosa.
Efectivamente, en nuestro país el populismo –que es una dimensión peligrosa pero natural de cualquier democracia– sólo está representado por dos formaciones políticas: los socialistas, que constituyen una excentricidad entre la izquierda europea, socialdemócrata en su inmensa mayoría, y los nacionalistas catalanes: los de ERC y una parte de CiU, idénticos a sus colegas del Frente Nacional en Francia y de los demás populismos nacionalistas europeos. Nada menos populista, por su parte, que el PP de Rajoy, salvo figuras muy particulares, como Esperanza Aguirre. Esta combinación de populismo desenfrenado –demagogia pura– en el contenido, y antipopulismo en el discurso requiere, para ser creíble, líderes muy especiales, de la pasta de Felipe González. Ni Valenciano ni Rubalcaba, ni los demás socialistas que aparecen como posibles jefes se acercan a ese modelo. La solución está en cambiar el registro y el fondo, en vez de seguir en busca de un caudillo, que es lo que la actitud de Elena Valenciano delata.
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