María José Navarro
Por favor
No sé si saben que hay un restaurante en la provincia de Girona que pone los precios del café según la educación del cliente. Si este dice de sopetón «un cortado», sin su «buenos días» y sin «por favor» son cinco euros como cinco molletes.
Conforme vamos añadiendo buenos deseos, el saludo y la fórmula al uso para solicitar a alguien que tenga a bien satisfacer nuestro deseo, la cuenta va bajando. Cuanto más se añada de parafernalia retórica, más barato costará. De momento, en este país, nos tienen que subvencionar la educación, qué le vamos a hacer. El otro día discutí con una chica en una parada de autobús. Estaba servidora recién salida de su casa, duchada, aseada, con mi mejor fond de teint aplicada, limpia como los chorros del oro y oliendo a Petusín, cuando me dispongo a esperar mi bus, que pasa aproximadamente al ritmo de los meteoritos mortíferos, es decir, que lo mismo aparece en veinte minutos que en marzo del dos mil diecisiete. En estas me hallaba cuando, de pronto, desesperada, levanto una mano y oigo una voz por detrás. Oye, tú cuánto tiempo llevas aquí. Es que yo llevo mucho más tiempo que tú aquí y estaba esperando un taxi. Le pido disculpas sinceras, le digo que no había visto su gesto y le invito a cogerlo porque voy a esperar al siguiente. Ya, pero si no te lo digo, me lo quitas. Le vuelvo a decir que no, que no se trata de eso, que no me había percatado de su necesidad. Ya te vale a tí, me responde mientras entra en el vehículo. Me quedé un rato en la calle como disecada, sin reaccionar y por la noche me puse «Babe, el cerdito valiente», una peli que es de mis favoritas y que demuestra que las cosas más imposibles se pueden conseguir con educación. Cuánto nos falta aún.
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