Ángela Vallvey
«Predíctor»
La vida ya es bastante dura para tener que aguantar, además, a los agoreros de la economía catastrófica, el futuro sombrío y la supervivencia impracticable. Me transmiten la sensación de que vivo dentro de una novela de Cormac McCarthy, seguramente en «No es país para viejos», o mejor: en «La carretera» luchando por evitar que mi vástago sea víctima del canibalismo de mis desesperados compatriotas. No sé usted, pero yo estoy cansada de los augures, los «predíctors» de la fatalidad y sus pronósticos escalofriantes; hasta el colodrillo de quienes se atreven a pronosticar el futuro inmediato, mediato y a milenios vista; saturada de los falsos juliovernes asustaviejas que anuncian sin cesar nuevas calamidades y nos tienen oprimidos de puro pánico. Y todo porque hacer predicciones sale barato: que si España se va a romper, que si el PIB español va a continuar hundiéndose hasta que oigamos las trompetas del Apocalipsis... Admito que hay previsiones inevitables: se llaman Presupuestos, las hacen las autoridades competentes (bueno, bueno...), y no queda más remedio que tragárselas. Pero, ¿por qué hay que sufrir a esos horóscopos del Terror que nos fustigan a diario con sus alucinaciones? Algunos mienten más que un epitafio, como se dice en Italia. ¿No saben que la realidad es compleja, que hay variables ocultas o desconocidas que pueden cambiarlo todo en un momento, que la futurología es una farsa y el determinismo una quimera?
Tengo una modesta proposición, acorde con el espíritu confiscatorio de los tiempos, o sea: un impuestazo a la libre expresión de lo horripilante para evitar que proliferen los profetas del desastre; que pague previamente un depósito de quince mil euros quien desee hacer públicas sus conjeturas tremebundas. Si el auspicio resulta ser cierto, que Hacienda le devuelva el doble al oráculo. Si falla, que lo pierda todo.
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