Pilar Ferrer
Preocupación en Ferraz por la factura de la corrupción andaluza ante las europeas
Semana Santa en Cádiz. Entre Chiclana y las playas de Roche se ubica un lugar muy frecuentado por socialistas andaluces. Allí coinciden diputados, cargos autonómicos y locales, a quienes se conoce como el «clan de los gaditanos», liderados en su día por Manuel Chaves. Allí se fraguaron muchos pactos con el otro grupo decisivo, «Los sevillanos», con Felipe González y Alfonso Guerra en cabeza. Fue el origen de un poder omnímodo, absoluto, el mayor clientelismo político en el feudo más importante del PSOE. Más de treinta años de un régimen que ahora se desangra bajo un monumental escándalo y saqueo de las arcas públicas. Han pasado muchos años, pero Guerra y Chaves siguen por la zona, donde ambos tienen casa. Los dos han sufrido en sus carnes la sombra de la corrupción. El caso de su hermano Juan cercenó la vida política de Alfonso, y Manolo está preimputado por la juez Alaya por los falsos ERE.
Nunca fueron amigos, pero el tiempo mitiga las rencillas y ahora hablan de vez en cuando. Acaba de estallar el conflicto con IU y los cursos de formación. Una crisis a propósito de los realojos de La Corrala que provoca el ridículo de la presidenta, y una gigantesca trama que salpica a consejeros y cargos de la Junta. Alfonso Guerra nunca ocultó su antipatía por Susana Díaz. «Es una imberbe», comentaba sobre su inexperiencia en la gestión. Alfonso está de vuelta, ha publicado un libro de memorias, superado un cáncer y es ya abuelo. Sin importarle, es de los pocos que dice lo que piensa. Con su habitual cáustico lenguaje definió la situación: «Esta chica va a penar con creces el pacto con los comunistas y la herencia recibida». Alto y claro. Y en efecto. La situación del socialismo andaluz es de traca. «El susanismo está tocado», afirma con razón el nuevo líder del PP, Juan Manuel Moreno Bonilla. Pero no solo él lo piensa, sino también en el cuartel federal de Ferraz. Alfredo Pérez Rubalcaba ve ahora cómo la mujer que amenazaba su liderazgo, la esperanza blanca del PSOE, la poderosa lideresa, ha pasado en unos días a marioneta de IU y a no saber dar la cara ante un chorreo de latrocinios y compañeros cercados. Rubalcaba nunca le perdonó su apoyo a Carme Chacón, de quien es íntima amiga. Hubo de hacer de tripas corazón ante su designación por José Antonio Griñán, pero ve con cierta malicia cómo la estela de Susana se apaga. Su silencio ante los últimos escándalos es bien patente.
En el «núcleo duro» de Ferraz se defiende a Manuel Chaves, pero se responsabiliza de las tramas denunciadas a Griñán. Alguien por el que Rubalcaba tampoco tuvo nunca simpatía por su apoyo a Chacón. A excepción de Gaspar Zarrías, a quien todavía no se le ha imputado, y del ex consejero de Empleo José Antonio Viera, todos los altos cargos bajo sospecha son de la etapa de Griñán. «Manolo es un hombre honrado, otra cosa son los que vinieron después», insisten fuentes del partido en Madrid y Andalucía. Sigue con amigos en la «vieja guardia», habla a menudo con Felipe y Guerra, y Rubalcaba le facilitó ser presidente de la Comisión del Pacto de Toledo en el Congreso. Un puesto puramente institucional, pero que le permite no ser un simple diputado de a pie.
El caso de los «susanistas» es muy distinto. A Griñán no se le acusa en público, pero sus relaciones con la dirección en Madrid son inexistentes, algo que ahora se perpetúa con la presidenta. Sobre todo con el nombramiento de alguien que levanta ampollas en Ferraz: Máximo Díaz-Cano del Rey, secretario general de la Presidencia y auténtico hombre fuerte de la Junta. Según fuentes de San Telmo «todo pasa por él». Es un político castellano-manchego forjado a la sombra de José Bono, pero con un dato a tener en cuenta: fue director del equipo de campaña de Chacón en el Congreso del PSOE, en el que Rubalcaba resultó vencedor. La amistad de la catalana con la sevillana propició su llegada a la Secretaría de la Presidencia andaluza, dónde se ha convertido en un poder fáctico. «Es la sombra de Susana», reconocen dirigentes del partido, que le tildan de «oscuro, sibilino y ambicioso».
El resto del poder se reparte entre el Secretario de Organización, Juan María Cornejo López, y Mario Jiménez, ambos de la etapa Griñán. Cornejo fue alcalde de Medina-Sidonia, desempeñó varios cargos en la Junta y es ahora el número dos del partido. Mario Jiménez es el secretario general en Huelva, fue senador en Madrid y actual portavoz en el Parlamento de Andalucía. Es el que mejor relación tiene con Ferraz y el menos quemado en los últimos escándalos. En muchos sectores del socialismo andaluz se atribuye a Díaz-Cano y Cornejo la metedura de pata y marcha atrás de la presidenta ante IU. En esta Semana de Pasión, con el fraude de los cursos de formación candente, sólo han hablado el portavoz del Gobierno, Miguel Ángel Vázquez, y el consejero Luciano Alonso.
Díaz mantiene silencio, aunque se ha dejado ver en alguna procesión en Málaga y Sevilla, dónde es cofrade. Después se ha refugiado en Chipiona, dónde se la ha visto, al parecer, algo alicaída. Según su entorno está muy afectada, máxime cuando la UE ha anunciado una investigación sobre el destino de los fondos comunitarios. El disgusto en Ferraz es enorme y el silencio de Rubalcaba significativo. «Es lo que nos faltaba, con las elecciones europeas en ciernes», reconocen en la Ejecutiva Federal. La situación del partido en Andalucía supone un aguijón para las expectativas socialistas, algo que no ocultan en privado los dos cabezas de lista, Elena Valenciano y Ramón Jáuregui.
De manera que Susana ha pasado de estrella emergente a una penitente, que diría Alfonso Guerra. La trianera a quien llamaban «madame Killer», por su ambición y quitarse de en medio a cualquiera que moleste, arrastra ahora el pecado de un infame pacto con los comunistas y un colosal fraude en las cuentas públicas. Lo primero privó al PP de gobernar en Andalucía, como partido ganador y más votado. Lo segundo es un engaño indecoroso al pueblo andaluz. Su entorno coincide en que piensa aguantar y no convocar elecciones. Su procesión va por dentro y está por ver cómo se deja perdonar tantos desastres. Al tiempo, un recién llegado, Juan Manuel Moreno Bonilla, afianza su credibilidad y liderazgo en el PP. Como dice un veterano socialista, «una lleva la cruz y el otro va en coche». Cosas de la política.
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