José María Marco
Primarias destructivas
Las elecciones primarias se han convertido en un marchamo democrático sin el cual muchos partidos políticos europeos no se consideran democráticos. Es un hecho reciente y, a pesar del carácter de dogma que tiene, no compartido en todas partes. No existen primarias, por ejemplo, en los países nórdicos (esos dechados ejemplares de democracia), ni en Alemania, ni en todos los partidos de todo el resto de los países. Los conservadores británicos no las celebran, tampoco el Partido Popular en nuestro país. Las primarias se han importado de Estados Unidos, un país con una tradición democrática más larga y más profunda que la de los países europeos, y en el que los partidos políticos, aunque tienen una estructura más sólida y determinante de lo que a veces se dice, son también el núcleo de coaliciones políticas y sociales más abiertas y coyunturales. Allí las primarias han sido hasta ahora, al menos hasta las últimas elecciones presidenciales, con la irrupción de Trump y Sanders, más fáciles de gestionar que las europeas. Aquí los partidos han sido hasta ahora estructuras burocráticas estables, jerarquizadas y relativamente opacas: poco proclives, por tanto, al ideal de democracia interna que parecen encarnar, o al menos prometer, las primarias.
La incorporación de las primarias a los usos políticos europeos refleja una crisis de confianza en las estructuras partidistas tal como las conocíamos hasta ahora. Se valora muy en primer término su carácter «disruptivo», una palabra de moda ahora, sobre todo en Francia con la llegada a la Presidencia de Emmanuel Macron. Las primarias sirven para elegir con mayor transparencia a los dirigentes, pero también sirven, y quizás sobre todo, para que los afiliados a los partidos –en algunos casos sus simpatizantes y en otros incluso casi cualquier ciudadano, como ocurrió en las primarias socialistas francesas- impongan su voluntad sobre los cuadros y las élites del partido.
Esta realidad refuerza el efecto clásico que tienen las primarias sobre la selección de los líderes. Unos líderes elegidos por el sistema de primarias tenderán a ser más radicales que lo que suelen ser los votantes de ese mismo partido. Cuando las primarias se conciben como un instrumento de disrupción, el efecto de radicalización es aún mayor: es lo ocurrido en Francia con Benoît Hamon, que en las primarias socialistas para las presidenciales representaba todo lo reprimido y desdeñado por el Presidente Hollande y su primer ministro Manuel Valls (también por Macron). Algo parecido ocurrió en Gran Bretaña, con el respaldo mayoritario a un hombre venido del pasado, de antes de Thatcher y sobre todo de antes de Blair. En términos españoles, un «rojo», como se ha autocalificado Pedro Sánchez, al que sólo le faltó añadir «del 36».
Y es lo que ha ocurrido en nuestro país con el respaldo conseguido por Pedro Sánchez, candidato radical y anti casta de todos aquellos (eran muchos) que se sienten marginados por el aparato. No siempre ocurre esto, sin embargo, y algunas primarias no producen líderes extremosos, llevados a la primera fila por el rencor y las cuentas internas pendientes. Es lo ocurrido con el Partido Demócrata italiano, que eligió a Matteo Renzi para ser el próximo candidato a primer ministro en las próximas elecciones de 2018, y eso a pesar del fracaso de Renzi durante su paso por el Gobierno. Claro que el PD es un partido reciente, más flexible por tanto, identificado con Renzi y del que –además- se escindió recientemente el ala izquierda. No hay por tanto un enfrentamiento tan abierto entre los dirigentes, siendo esta otra de las razones que han llevado al éxito de las primarias entre los partidos socialistas o socialdemócratas europeos.
El caso del PSOE es, desde esta perspectiva, tan revelador como el francés o el británico. Y es que la crisis del socialismo europeo, lo que va quedando de la socialdemocracia, se traduce en una falta de respaldo, en fracasos en las urnas y, por consiguiente, en la incapacidad de los dirigentes para establecer estrategias políticas claras. Esto lleva a la ausencia de mecanismos consensuados entre las élites para escoger a los líderes.
De ahí a las primarias, a las que se llega por defecto y como mal menor –y no como mecanismo democratizador o regeneracionista-, no hay más que un paso, con las consecuencias perversas que suelen tener estas transferencias de la responsabilidad. Las «bases», que seguramente intuyen el significado de fondo de la maniobra, devuelven a sus jefes una respuesta literalmente demoledora, que paradójicamente reforzará el efecto presidencialista, de poder reforzado al modo bonapartista, que es otro de los posibles efectos de las primarias. Pedro Sánchez es ahora el nuevo caudillo del socialismo español.
En este caso, la incapacidad de las élites partidistas para alcanzar acuerdos ha alcanzado un especial virtuosismo en la autodestrucción, con el que sólo rivalizan los socialistas portugueses. Y es que los socialistas españoles están llamados a participar en dos elecciones: la del titular de la secretaria general y, más tarde, la del candidato a presidente. Es difícil imaginar que exista mecanismo más letal en un país que, como el nuestro, castiga sistemáticamente las divisiones internas.
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