Cristina López Schlichting

Privilegios

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Cuando comencé a estudiar Periodismo, un profesor –probablemente bebido– entró en el aula con un perrito, lo colocó sobre el estrado y empezó a insultarnos. Yo, que venía de estudiar Filología Hispánica, me quedé admirada de las estupideces que presencié aquel curso. Algo empezaba a descomponerse en las universidades en los años 80 y supongo que ha llegado a su paroxismo. Aquel comportamiento jamás fue sancionado porque la facultad era ya un corralito de privilegiados que se favorecían los unos a los otros para la obtención de plazas y cátedras. Con los años, ha pasado con las universidades españolas como con los aeropuertos, que han proliferado como las setas, anteponiendo criterios políticos e intereses de castas locales al bien común. Hasta llegar al absurdo de una ratio de nueve alumnos por profesor en algún caso. Los informes que publica hoy LA RAZÓN demuestran despilfarro, abuso y falta de profesionalidad. No estamos para esto. Las empresas españolas se están sometiendo a un régimen de adelgazamiento atroz (despidos, recortes, ahorro), hay seis millones y medio de parados y todos hemos tenido que apretarnos el cinturón. Ha llegado el momento de que la Universidad pública se someta también a una auditoría severa. Y, por cierto, los papeles demuestran que quejarse por las tasas está de más. Es cierto que hay quien no puede pagarlas, pero es hora de desarrollar mecanismos de mecenazgo que permitan los préstamos a estudiantes tan generalizados en Estados Unidos o Alemania. No puede el contribuyente seguir siendo víctima de estamentos privilegiados.