Política exterior

Proteccionismo

La Razón
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El triunfo de Donald Trump en las elecciones norteamericanas pone la cuestión del proteccionismo en el primer plano de la arena política y económica del mundo. El presidente electo ha basado sobre él una buena parte de su campaña defendiendo la utilización del arancel contra la competencia exterior –principalmente de México y China–, la revisión en igual sentido de los tratados comerciales –incluyendo el TTIP, que aún está en proceso de negociación con la Unión Europea–, la suspensión de los compromisos de su país con respecto al cambio climático y el levantamiento de barreras a la inmigración. Todo ello se completa, además, con el retorno de Estados Unidos al viejo aislacionismo que le conduce a revisar los compromisos de política exterior, especialmente con Europa, a la que ya se le ha advertido que tendrá que hacerse cargo de su defensa y que, en el marco de la OTAN, América ya no va a aceptar más pasajeros gratuitos.

Hasta ahora, el espectro del proteccionismo se había extendido con manifiesta debilidad sobre los márgenes orientales de la Unión Europea y se encontraba contenido por la fortaleza de las instituciones comunitarias, uno de cuyos fundamentos es, precisamente, el libre comercio. Pero las tensiones iban creciendo al hilo de los acontecimientos geopolíticos y de la presión que, sobre aquellas fronteras, se acumulaba con los movimientos masivos de refugiados que huyen de la guerra. El referéndum sobre el Brexit en Reino Unido implicó, en este asunto, un salto cualitativo al elevar el prestigio de las políticas nacionalistas que, por todas partes, encuentran a partidos de derecha o de izquierda dispuestos a defenderlas. Y ahora llega Estados Unidos no sólo con un programa de esa naturaleza, sino con la fuerza para imponerlo en el orden mundial.

El proteccionismo es uno de esos temas en los que la racionalidad contraintuitiva de los economistas encuentra muchas veces dificultades para su aceptación. Son multitud los que creen que, si nos envolvemos en nuestra bandera y limitamos la competencia exterior, defenderemos mejor nuestro trabajo y haremos que nuestra riqueza se reparta sólo entre los nuestros. La protección se ve así como el germen del bienestar y los que la defienden prometen recuperar con ella las ilusiones olvidadas, los empleos que se perdieron con la crisis y el sentimiento de seguridad que barrió la globalización. Sin embargo, lo cierto es que no ha habido mayor prosperidad en el mundo que cuando las fronteras económicas se han debilitado, incluso hasta desaparecer. Sabemos, porque lo aprendimos de Adam Smith, de David Ricardo y de los grandes economistas, que ello es así porque la competencia internacional nos ayuda a emplear mejor nuestros recursos, agrandando su rendimiento y magnificando la renta que se obtiene de ellos. Y sabemos también, porque la historia lo muestra sin ambages, que cuando se dificulta el libre comercio y las políticas nacionalistas se extienden como un reguero de pólvora, los conflictos se multiplican. Recordemos entonces la advertencia que hiciera François Mitterrand: «El nacionalismo es la guerra».