Joaquín Marco
¿Quién nos vigila?
Estamos constantemente vigilados por cámaras de seguridad instaladas en lugares públicos, en bancos, aeropuertos y establecimientos de toda índole, por satélites, por compañías públicas y privadas. Pero no nos extrañan los controles que estimamos que han de redundar en nuestra seguridad y beneficio. También una vigilancia masiva filtra nuestros mensajes, porque vivimos en una era nueva, la de internet. Cuanto hacemos por esta vía permanece en una nube y puede ser rescatado. Los espías de antaño son historia, resultan románticos y hasta patéticos. La imaginación de los creadores de narraciones de ciencia-ficción o de espionaje se quedaron muy cortos. El Gran Ojo de Orwell hace tiempo que es ya una realidad, en tanto que las novelas de John Le Carré les parecerán apasionantes y tal vez anticuadas a algunos. Todo sufrió un gran cambio a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. El servicio de espionaje británico había sido ejemplar en su momento y se mantiene en buena forma en su sede de Cheltenham, pese a ciertos desencantos. No cabe extrañarnos, por consiguiente, de que sistemas de ciberespionaje fueran utilizados para controlar a las delegaciones del G-20 en su encuentro de 2009, entre las que figuraba la de Rodríguez Zapatero. Incluso se montaron en la proximidad recomendados cibercafés para funcionarios extranjeros. Y es que en las relaciones de los más altos dirigentes internacionales todo parece un juego de niños. En la actualidad, sin otro enemigo claro en el horizonte que el terrorismo, hay que sacar ventaja de estos encuentros de dirigentes, como los del G-8, en los que las diferencias de criterio pueden ser importantes y es bueno saber al instante qué acciones o qué actitudes van a tomar algunos aliados en determinados puntos.
Sin embargo, las confesiones de Edward Snowden, un joven de 29 años, contratista privado de la Agencia de Seguridad Nacional, la NSA, al periódico británico «The Guardian», han levantado un enorme revuelo y, según se asegura, han enturbiado la reciente cumbre del G-8 en Enniskillen (Irlanda del Norte), donde los máximos dirigentes han pasado un par de días discutiendo sobre grandes problemas y difíciles soluciones. Hoy la estadounidense NSA es la mayor agencia de espionaje del mundo. Posee decenas de miles de empleados y un complejo centralizado en Fort Meady (Maryland). Pero se alimentan de la información que les facilitan cuentas de Google, Microsoft, Facebook, Apple, Twitter y otras. Controlan intercambios por mail y por teléfono, cruzan los números y reclaman informaciones de transacciones bancarias sospechosas de todo el mundo. Nada parece poder escapar a su Ojo. Pero tales controles no son ilegales, supervisados por magistrados secretos, aunque el crédito político del presidente Obama ha debido soportar lo que él mismo admite socarronamente: «Alguna gente dice: ''ya sabes Obama era ese liberal acérrimo antes, y ahora es Dick Cheney''». En el mundo del espionaje no importa tanto la ideología. Las acciones de Gran Bretaña de 2009 fueron tuteladas por el laborista Gordon Brown. Los controles de las comunicaciones, se nos dice, han evitado un buen número de acciones terroristas en todo el mundo. Y nadie es partidario de quedar al azar de unos fanáticos enloquecidos. Obama, justificando los controles, declaró: «Continúo creyendo que no tenemos que sacrificar nuestra libertad para garantizar la seguridad. Éste es un falso dilema». Pero el dilema existe y está ahí: la vieja contradicción entre seguridad y privacidad. ¿Hasta qué límite de privacidad estamos dispuestos a sacrificar para mantener una sociedad democrática? Los controles en los aeropuertos podrían ejemplificar la paciencia de los ciudadanos. Por otra parte, la guerra cibernética está a la orden del día. No se trata de una lucha cruenta, sino de habilidad e investigación. Las diferencias entre EE UU y China, a la que EE UU acusa de practicar espionaje cibernético, son acusadas y fueron uno de los ejes del encuentro previo entre el presidente chino y el norteamericano. «Hay una gran diferencia entre eso (el ciberespionaje) y que un «hacker» directamente conectado con el Gobierno chino o el Ejército chino irrumpa en los sistemas de Apple para ver si puede conseguir los diseños de su último producto... Esto es un robo», declaraba Obama.
Otra sombra sobrevoló la cumbre de los «grandes»: las diferencias entre los EE UU y Rusia sobre la guerra civil siria. EE UU ha decidido facilitar armamento a los rebeldes al traspasar el Gobierno la línea roja de la utilización de armamento químico, sobre el que se llevaba especulando desde el mes de abril. Se da ahora por confirmado y ello permitiría a los estadounidenses, contra la tajante opinión rusa, una intervención más directa en el conflicto, incluida la posibilidad de una exclusión aérea. Pero los rebeldes sirios no constituyen de momento un conglomerado ideológico fiable. Es segura la participación de Hizbulá y Al Qaeda, pero las armas se entregarán al comandante Salim Idriss, jefe del llamado Ejército Libre Sirio, y serán coordinadas por la CIA. Se calcula que han muerto hasta el presente en el conflicto unas 93.000 personas y según la Casa Blanca la utilización del gas sarín u otros prohibidos han producido entre 100 y 150 víctimas. La desproporción es más que evidente y las razones para el cambio de actitud del Gobierno estadounidense no parecen, dentro de lo que supone el desastre generalizado, demasiado convincentes. Siria sigue siendo un país de guerra caliente en contraste con los avances de esta otra guerra incruenta que circula por los entresijos de internet. Edward Snowden se encuentra tal vez en Hong Kong. Las revelaciones confirman suposiciones fiables, porque, salvo por los detalles, todos somos conscientes de que somos vigilados. ¿Es el precio de la seguridad?
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